France 24- por Andrea Amaya Porras

Un grupo de franco-magrebíes de cultura musulmana apasionados por el hebreo, y un grupo de judíos franceses de la diáspora sefardí del norte de África se dedican al aprendizaje del árabe en la asociación Dalala, ubicada en París. Pero sus esfuerzos por aprender la lengua que se supone que es la del otro, es, finalmente, un viaje a sus propias raíces en el Magreb. Crédito foto: Schlutterstock

Wahib es un argelino de 30 años que toma cursos de hebreo en París. Ahora, es capaz de hablarlo con fluidez, como su amigo Mourad, un franco-marroquí, quien cuenta que el hebreo le permitió captar la riqueza semántica del árabe, “porque estas lenguas son hermanas”.

El árabe clásico y el hebreo antiguo están relacionados lingüísticamente al ser ambas lenguas derivadas de un idioma antiguo llamado “semítico occidental”. El resultado es una sintaxis, una morfología y conjugaciones casi idénticas, explica Jonas Sibony, doctor en lingüística semítica y jefe del departamento de Estudios hebreos y judíos de la Universidad de Estrasburgo.

Durante casi trece siglos, los judíos en el norte de África vivieron, hablaron y pensaron en una lengua compartida con su entorno musulmán: el árabe.

Para Benjamin Stora, historiador y autor de numerosos trabajos sobre la experiencia judeoislámica en la región del Magreb, esta proximidad se rompió por un cóctel de “explosiones históricas”: colonización, descolonización, nacionalismo árabe, sionismo y nacimiento de Israel. Iniciado desde hace mucho tiempo, el éxodo de judíos del norte de África, los sefardíes, se aceleró bruscamente entre 1948 y la guerra de Yom Kipur en 1973.

Actualmente, se estima que alrededor del 70 % de los judíos franceses provienen de esta diáspora, que acudió en masa a Francia desde la década de 1950.

El profesor asociado de árabe Jonas Sibony y Yohann Taïeb, profesor en Sciences Po, son ambos hijos de este éxodo: nacidos en Francia de madres asquenazis (nombre que se le da a los judíos asentados en Europa Central y Oriental), sus padres son sefardíes, respectivamente de Marruecos y Túnez.

En 2019, los dos profesores fundaron la asociación Dalala. Su vocación es revivir las culturas judías del norte de África, en particular a través de clases de árabe y hebreo. A diferencia del árabe, los judíos del norte de África solo usaban el hebreo en un contexto religioso o académico, cuenta Sibony, y explica que “sigue siendo para ellos un idioma con el que se identifican”.

Con la asociación Dalala, estos dos aficionados lingüísticos hacen una doble apuesta, nunca materializada en Francia. Lo primero es ofrecer un curso de hebreo, teniendo un conocimiento previo del árabe. Lo segundo es enseñar el árabe fomentando una formación en hebreo. Se trata de un diseño pedagógico del que surge una situación inédita: la mayoría de los alumnos del curso de hebreo son de cultura musulmana magrebí, mientras que el público interesado en el curso de árabe proviene muy generalmente de familias judías originarias del norte de África.

“Ve hacia ti”

Dentro de este último grupo está Anne-Marie Adad, de 68 años, que intercambia unas palabras en árabe durante su entrevista para France 24. Una sonrisa ilumina su rostro al detectar en su acento las consonancias dialectales de un país en el que nació, pero que le era ajeno hace unos años: Argelia.

En 1870, por el decreto Crémieux, la Francia colonial convirtió a los bisabuelos de Anne-Marie, como la mayoría de los “israelitas nativos” de Argelia, en ciudadanos franceses. Cuando su padre, Maurice Adad, era niño, esta comunidad ya era mayoritariamente francófona. Él, sin embargo, se convierte en profesor de árabe. Más allá de las bajezas de la guerra de Argelia que estalló en 1954, había encontrado una tercera patria, “la suya”, prosigue su hija: el árabe literario.

La infancia de Anne-Marie se vio sacudida por este idioma que ella no entendía. Entre los recuerdos que guarda en su apartamento en Niza, donde se instaló su familia cuando ella tenía 12 años, está la mesa del comedor, “siempre llena de libros y ejemplares de árabe que corregía papá”. El día que pudo leer este idioma por primera vez, en 2019, durante un curso en el Instituto Dalala, Anne-Marie tuvo la sensación de “ponerle una partitura a la música”, que nunca había sido capaz de descifrar.

Su padre también era un apasionado del hebreo: “no dejaba de explicarnos los paralelismos entre los dos idiomas”, dice Anne-Marie. Además, cuando descubrió que Yohann enseña árabe en su relación con el hebreo, un mandato bíblico en este idioma vino a su cabeza: “eikh leikha”, o “ve hacia ti”.

Al conocer a Yohann, Ilana vio resuelto su paradigma cultural. “Entendí que uno podía sentirse plenamente judío y estar movido al mismo tiempo por un sentimiento de pertenencia a la cultura árabe”, resume la joven, hasta el punto de sentirse orgullosa cuando en Marruecos creen a veces que ella es árabe.

Impregnaciones mutuas

“Ni siquiera podía imaginar vivir mi judaísmo sin entender el árabe”, agrega Ilana. Mourad está impulsado por una dinámica recíproca: es su fe musulmana lo que lo empujó hacia el hebreo, incluso, hasta sentirse “aún más marroquí” ya que conoce los textos sagrados del judaísmo en su idioma original. En Marruecos, “parte de nuestra espiritualidad islámica tiene su origen en la cultura judaica”, expresa Mourad.

No hay nada fantasmagórico en la percepción de este profesor de historia, según dice Benjamin Stora: “las poblaciones musulmanas marroquíes de antaño se codeaban con una gran comunidad judía, incluso en las zonas rurales. Todo en este país, su música, su gastronomía, su arquitectura, recuerda a los marroquíes a esta minoría. Muchos de ellos viven la desaparición de los judíos como una mutilación de su historia nacional”.

Khawla es una marroquí, que al igual que Mourad comenzó a aprender hebreo hace varios años. “En la artesanía, la cocina y la música durante mi infancia en Marruecos, me di cuenta de que muchas referencias que yo pensaba que eran arabo-musulmanes eran en realidad judeo-árabes”.

¿Judeofobia por defecto?

Pero esta simbiosis cultural, vivida y contada por los abuelos, a menudo es ignorada por su generación, según cuenta Khawla.

Los judíos siguen saliendo de Marruecos “por culpa de algunos de nosotros”, dice la joven indignada. “¿Quién persistiría en permanecer en un ambiente hostil?”, exclama.

Por su parte, Ilana no considera “apropiado” exhibir o evocar su judaísmo en Marruecos. Un episodio traumático terminó por consumir el divorcio de su padre de su país natal. En 2005, de paso por Mequínez, al norte de Marruecos, el chofer que conducía el coche en el que él iba fue detenido por un transeúnte que le dijo: “¿No te da vergüenza servir a estos sucios judíos?”. “Creo que eso lo hizo sentir muy mal, nunca ha vuelto a Marruecos desde entonces”, dice Ilana sobre su padre.

Llamarse musulmán y despreciar a los judíos es una aberración teológica, considera Tareq Oubrou: el Corán contiene más profetas judíos que “árabes”, recuerda este imán franco-marroquí afincado en Burdeos. Sin embargo, en los países donde esta comunidad está desapareciendo, “a veces la imagen del judío se construye ahora de forma puramente imaginaria”, explica Oubrou. Como si la judeofobia, alimentada por el conflicto palestino-israelí, se hubiera convertido en un pensamiento predeterminado para algunos.

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Francia: judíos aprenden árabe y musulmanes hebreo para reencontrar sus raíces

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