Por la Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

El 9 de Av es una fecha sagrada del judaísmo, Día de duelo judío, aniversario de la destrucción del Primer Templo y del Segundo Templo de Jerusalem. En este año se conmemora entre el sábado 17 de julio al atardecer hasta la caída del sol del domingo 18 de julio. La Esc. Esther Mostovich de Cukierman nos aporta esta historia relatada por su padre ocurrida en Vitebsk (Rusia), en ocasión de un 9 de Av. En la foto: la casa donde vivió Marc Chagall, en Vitebsk. Actualmente es museo.

Esta es la historia de lo que sucedió un 9 de Av en Vitebsk, al Norte de Rusia,  en el año 1919, tal como la relató mi padre Z’l, que su memoria sea bendición.

Con la revolución de 1917, el taller de sastrería que mi abuelo tenía en la ciudad de Vitebsk, fue confiscado. En el nuevo régimen, toda la producción sería estatal, aunque  pasaron dos años hasta que comenzaron a funcionar  los talleres del gobierno. El dinero perdió  todo su  valor, sólo quedaba el trueque entre los ciudadanos. A eso lo llamaban “el mercado paralelo”. La policía lo toleraba, porque no quedaba otro remedio.

Recién en 1919, mi abuelo, mi tío  y mi papá, recibieron una citación para trabajar como empleados  en  los talleres de  costura en Moscú. Mis dos tías fueron aceptadas  para entrar a estudiar a la Universidad de Moscú. Así fue que la familia se separó. Mi abuelo y los hijos mayores fueron a Moscú, mi abuela y seis  niños se quedaron en Vitebsk.

La fábrica de ropa donde trabajaban otorgó a mi abuelo y sus hijos, derecho de alquilar en Moscú dos habitaciones dentro de un antiguo y descascarado palacete que había sido vivienda de un aristócrata ruso. Una de esas habitaciones había sido un depósito, estaba lleno de basura, pero lo limpiaron y resultó ser más grande de lo que parecía. La otra pieza era una vieja cocina con horno de leña, que había estado en desuso durante muchos años. Todos se llenaron de grasa y hollín, pero lograron limpiarlo. Un horno a leña era muy raro de encontrar en Moscú, sólo podía tenerlo una casa centenaria como esa. Ver el horno limpio les dio la idea de hacer pan casero. ¡Parecía un sueño inalcanzable, porque tenían el horno, pero no había leña ni harina! Pero consiguieron comprar lo necesario en el “mercado paralelo”. Prendieron el fuego. ¡Y prepararon pan! Sus días de hambre habían terminado.

Los hombres de la familia lograron juntar algo de dinero para enviar a Vitebsk. Mi papá fue el encargado de viajar en tren para llevárselo a su madre. No se conseguían permisos de viaje, pero papá se arregló para obtenerlo: lo  pagó con un pan. Papá tenía en ese entonces 17 años. La guerra había enseñado a los muchachos a hacerse hombres.

Papá llegó a Vitebsk un día 9 de Av. (Día de duelo judío, aniversario de la destrucción del Primer Templo y del Segundo Templo de Jerusalem).

-Entré a casa y mi madre me recibió llorando, contó papá. Le pregunté qué le pasaba.

-Hoy es 9 de Av ¿y me preguntas qué me pasa? Pasaron tantos siglos y seguimos viviendo en el exilio, sin tener pan para nuestros hijos. Y recitó en voz alta los versos del profeta Isaías, que parecían copiar la situación del pueblo ruso en esos momentos.

-Hershel, (así llamaban en su casa a mi padre), hace unos meses, cuando ustedes estaban aquí, no había lo qué comer en Vitebsk. Ahora hay menos. Hay gente que se ha vuelto loca. Todos los días rezo al Señor que no tenga que ver a mis hijos morir de hambre. No se ya cómo rezar ni qué hacer.

-Madre, ya no nos faltará pan, le dijo mi papá.  Sacó el dinero que traía escondido dentro de la ropa. Mira lo que te traigo. Es dinero nuevo, con esto tienes suficiente para comer tu y los niños durante varios  meses. Dentro de poco tiempo, te enviaremos  más. Usa este dinero, compra harina y leña en el mercado paralelo.   Padre te manda decir: no escatimes el pan a tus hijos. Estamos ganando con nuestro trabajo, compramos harina en el mercado clandestino, hacemos pan casero en la vivienda que alquilamos en Moscú. Con pan podemos conseguir  comida,  ¡podemos comer hasta saciarnos, todos los días!

Mi abuela no pudo creer lo que papá le decía. ¿Comer hasta saciarse? Era una noticia demasiado buena para ser verdad. Entró a su habitación para decir los rezos de duelo por la destrucción de los dos Templos de Jerusalem y llorar por los judíos de aquellos tiempos, por  los judíos rusos  y por su propia familia. Mientras ella estaba en su habitación, papá fue a la cocina y le contó las buenas nuevas a sus hermanitos.

-Niños, ya no les faltará el pan. ¡Tenemos buen trabajo en Moscú! ¡No pasarán más hambre!

Los niños lo miraron con los ojos muy abiertos.

-Yo tengo hambre ahora, dijo uno de los pequeños.

Papá abrió la alacena de la cocina. Había cuatro panes. Tomó uno, lo cortó en trozos y les dijo: ¡Coman!

Los niños se abalanzaron como una jauría de perros hambrientos, contó papá. En pocos minutos, sólo unas migas quedaron sobre la mesa. Mi abuela salió de su cuarto y vio las migas de pan. Desesperada, contó los panes de su alacena. Faltaba uno.

 

-Tengo  pan para el lunes, martes, miércoles. ¡No tengo pan para el jueves! Herschel, ¡has sido tú!  ¿Qué locura te ha dado?  Sólo tengo dinero para comprar leña y harina los viernes. ¡Nos dejaste sin pan para el jueves! ¿Qué les daré a mis niños ese día?

-Mamá, te repito el mensaje de Padre. No escatimes pan a tus hijos. Usa el dinero que te traje, ¡puedes amasar todos los días, si quieres! ¡Estamos ganando bien en Moscú!

Para mi abuela, todo el asunto resultaba increíble. ¿Su familia, haciendo pan en un minúsculo apartamento en Moscú? Su marido, un judío observante, ¿comprando harina y vendiendo pan en el mercado clandestino?  Ella pensó que su hijo le estaba diciendo cuentos para consolarla o quizás algo peor, que el hambre había hecho que  su familia  olvidara en Moscú las buenas costumbres adquiridas en la casa. Se deshizo en llanto y empezó a recitar otra vez, las lamentaciones por la vida amarga de los judíos después de la destrucción del Templo de Jerusalem.

-Madre, ya rezaste tus oraciones del día de hoy, le dijo mi papá. ¿Ahora vas a llorar por  otro 9 de Av en la cocina?

Dos días después, cuando papá empezó  a empacar una barrica de amasar, palas para hornear  y atizadores de leña para llevar a Moscú, mi abuela se puso a pensar que tal vez, mi padre hablaba en serio. Papá volvió a contarle del horno en la cocina del pequeño apartamento que habían alquilado en Moscú. Pero las cosas para la abuela  tenían explicaciones más simples: su familia había recibido ayuda milagrosa desde el cielo.

-El Señor ha escuchado mis llantos, dijo ella. Dice nuestra tradición que el Señor  siente las lágrimas de las mujeres.

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Fuente: http://www.cciu.org.uy/

9 de Av en Vitebsk

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