Por Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

A partir de la década de 1960, los judíos soviéticos, que comenzaban a buscar formas de expresar su identificación judía, la  encontraron en la celebración de  Simjat Torá. (Fiesta de la alegría de la Torá). Esa  se convirtió  en la gran fiesta de miles de jóvenes y no tan jóvenes que en esa noche, una vez al año, se reunían en grandes masas en las calles de alrededor de las sinagogas de Moscú, Leningrado  y Riga, bailando en la vereda y la calle y cantando hasta altas horas de la noche. En la foto: Sinagoga de la calle Arxipova de Moscú

Mi marido  y yo queríamos estar presentes en esa celebración. En 1990   planeamos visitar la que todavía era la Unión Soviética , entre otras cosas para conocer a Reuven, el hermano menor de mi padre, su esposa  Anna y su hija Elena, que en ese entonces residían en Moscú; poco tiempo después emigraron a Israel. Buscamos especialmente fechas de viaje  que nos permitieran estar en Moscú en Rosh Hashaná (Año Nuevo Hebreo) y en Simjat Torá.

Después de un viaje de turismo de tres semanas por la que era en ese entonces la Unión Soviética, vamos a Londres por unos días. ¿Por qué?  Porque desde Londres, tenemos contratada una segunda entrada a Rusia, en el día de Simjat Torá, con una visa que nos permite  estar  dos días más en Moscú. Está todo muy bien organizado, llegaríamos a Moscú a las cuatro de la tarde, un taxi nos estaría esperando para llevarnos  al hotel.

Pero el avión de Aeroflot sale de Londres con cuatro horas  de retraso,  al llegar al aeropuerto de Moscú ya no nos está esperando ningún taxi, y con eso  perdemos dos  horas  más. Cuando llegamos a la habitación del hotel, son casi las diez de la noche. Llamamos a los tíos por teléfono, ellos dicen  que es muy tarde y ya no vale la pena ir hasta la Sinagoga. David y yo nos miramos uno al otro.

– Yo no hice todo este viaje para acostarme a dormir en el hotel, dice David.  Alguien debe estar bailando todavía frente a la Gran Sinagoga.

Con un paraguas y el plano de los subterráneos de Moscú en inglés salimos solos a la calle. La primera tarea será encontrar la estación de Metro más cercana al hotel al que nos han traído. ¿Metro Smolénskaya?, preguntamos varias veces, hasta que nos van guiando al pasaje subterráneo para cruzar la avenida y llegar a la entrada de la estación.

No tenemos con nosotros moneda rusa, lo más pequeño es un billete de tres rublos. En el hotel no pudimos conseguir cambio para pagar el subte. En la estación tampoco nos quieren cambiar el dinero…pero los porteros se compadecen de nuestra cara de turistas desconsolados y nos hacen pasar sin pagar los cinco kopeks que cuesta el viaje de subte. La aventura comienza. Dos trasbordos de línea, cada vez descifrando los nombres de las estaciones escritos en idioma ruso, con todo cuidado de no tomar la dirección equivocada, hasta que llegamos a la estación de destino.

Hay muchas salidas a la calle desde esta estación, tomamos la primera que encontramos y salimos a la oscuridad. Ante nosotros hay un parque y una calle desierta. ¿Adónde ir? Caminamos unos pasos y la suerte nos depara encontrarnos con tres muchachos que se dirigen a entrada del Metro de la que nosotros acabamos de salir. En nuestro ruso tambaleante les preguntamos: ¿Arxipova ulitza? (Calle Arxipova). No debe ser difícil imaginarse para qué un par de turistas está buscando esa calle a estas horas de la noche. Los muchachos nos contestan con una pregunta: “¿Sinagoga?”  Da, (Si) Sinagoga, les decimos. Ellos nos siguen hablando pero sólo sabemos contestarles “Nyé poñimai” (No entiendo). Los muchachos se ríen. Nos toman de la mano y como a niños de escuela nos llevan hasta una esquina y nos señalan hacia adelante, diciendo una sola palabra: “Sinagoga”.

A poco de andar, comenzamos a ver grupos de gente que caminan hacia la estación del Metro. Una cuadra más y se escucha música, cada vez más fuerte, tintineando en medio de la noche. Pronto llegamos a la calle Arxipova y la centenaria  Sinagoga. Un mundo repleto de luz, de música y de gente, que ocupa toda la calle, de lado a lado. Hay muchachos con acordeones, flautas y tambores. Otros se toman de las manos, se miran a los ojos, se abrazan, se sonríen. Hay rondas que saltan, serpentean bailando entre la gente, pero la mayoría está simplemente parada, mirando, sonriendo, subiéndose de la vereda al techo inclinado del pórtico de la Sinagoga.

Como podemos, nos abrimos paso hasta el centro de la calle. Frente a las puertas del Templo, hay dos focos de luz enormes y grandes parlantes que atruenan a todo volumen danzas y bailes israelíes. La gente los canta con alguna palabra de la letra que corresponde, otros tarareando la melodía y los más, cantando cualquier cosa parecida. Algunos ondean pañuelos y sacuden los brazos, otros saltan.

Subimos hasta el lugar donde están el equipo sonoro y los parlantes. Aquí  la música atruena y la gente habla a los gritos, pero nos quedamos, porque dos muchachos nos empiezan a hablar en idish.1  Nos dan la mano, bailamos y cantamos con ellos.

– ¿Quién está encargado de esta música?

– El –  nos dicen señalando a otro muchacho. Ese es el encargado de este turno.

– ¿Eso qué quiere decir? ¿El paga por todo esto?

– ¿Pagar? ¡No!  Nos dicen riéndose. El grupo de Lubavitch nos lo proporciona, pero entre nosotros nos tenemos que ocupar de que funcione.  El cambia las cassettes desde las 10 de la noche.

– ¿Hasta cuándo?

– Hasta que esto termine.

– ¿Cuándo termina?

– A las doce y media se van todos los que quieren tomar el último subte. Nosotros nos quedamos, hasta que no quede gente en la calle, ¡o hasta que  se nos acabe el vodka!

– ¿Bailan en la calle en alguna otra festividad?

– No. Sólo hoy. Sólo en la noche de Simjat Tora.

– ¿Cuánta gente vino hoy?

– Ahora hay unas mil personas. Más temprano, quizás eran cinco o seis mil, esto hervía de gente.

Nos convidan con vodka.  “El whisky se acabó hace rato ” nos dicen, disculpándose.

-¿A qué hora empezaron a bailar?

-¿Quién puede saberlo? Cuando llegamos la Sinagoga estaba abierta. Dijeron  que León Uris, el autor del libro “Exodo” estaba adentro. Algunos se peleaban para entrar a verlo, pero otros ya estaban bailando.

– ¿De dónde sabes idish? preguntamos a un joven.

– Lo hablo con mi abuela.

– Y con tus padres, ¿hablas idish?

– Hace años no sé nada de mis padres, nos dice riéndose.

Los muchachos están algo chispeantes de vodka. ”Sissu ve simju, ve Simjat Tora”.  En cuestión de una hora, entre vuelta y vuelta, nos enteramos de sus amoríos, sus trabajos y sus sueños. Uno nos dice que tuvo una novia judía, otra rusa,  y la que está ahí con él es “medio judía y medio rusa, pero es novia completa”.

Les preguntamos a los muchachos por qué venían a esta celebración. ¿Habían asistido al servicio religioso?

Nos dicen que no. Sólo han venido a bailar en la calle.

– ¿Por qué vienen?

Muchas respuestas.

– Me siento libre.

– Me siento bien. Aquí descubrí que mucha de la gente que conozco, ¡también es judía!

– Esto es tomarle un poco el gusto a América.

– ¡Es casi como ir a Israel!,  grita otro.

Cambian de cassette y comienza una música de aire jasídico, todos cantamos, nos tomamos de las manos y empezamos a bailar. Tengo el paraguas en una mano, el bolso colgando del brazo y mi grabadora en la otra mano, pero no importa. Bailamos y cantamos, saltamos, sin mucho ritmo ni compás, dando algún puntapié a los que están sentados en el suelo, pero nadie se preocupa por esas pequeñeces. Un baile y luego otro. Junto a nosotros baila un turista de Boston, está tan emocionado que ríe y deja caer las lágrimas.

Es mucha la emoción que flota en el aire. Sopla un viento helado, pero de esta calle brota un extraño calor. Seguimos bailando sin  sentir el cansancio. Ya nos hicimos amigos del rusito que habla idish y del bostoniano. A los gritos para poder escucharnos, nos enteramos de dónde trabajan, cómo viven, qué problemas tienen. Nos sentimos unidos por un conocimiento muy superior al que pueden dar las palabras, algo muy especial, nos unen los lazos de una misma emoción. El frío importa poco, el cansancio no existe. La magia nos envuelve, tiene el nombre de una ciudad lejana y el tiempo de una fiesta judía tan antigua como la alegría de la Torá.

Llegada la medianoche, la gente se empieza a ir. “Ultima ” gritan. No es la  última ronda de baile. No. Es la última ronda  de vodka, ya no queda más. Las botellas pasan de uno al  otro, mientras bailan.

Doce y media. Hay que apurarnos para no perder el último subte. Nos saludamos, nos besamos como hermanos. “Le Shaná Abá b’ Ierushalaim” (que el año próximo sea en Jerusalem), nos decimos al despedirnos.

El camino de vuelta hacia el subte es fácil de encontrar. Un río de gente va hacia allá. Nosotros seguíamos con el billete de tres rublos en el bolsillo. Pedimos cambio a varias personas. Un joven nos dice  ” OK”, se detiene y saca su monedero.

–  ¡Gracias ! Qué suerte, decimos, nos darán cambio.

No. El muchacho no acepta nuestro billete. Nos regala dos  monedas de 5 kopeks para pagar el subte. “Le Shaná abá b’ Ierushalaim”, (Hasta el año próximo en Jerusalem), nos dice emocionado al  saludarnos.

[1] Idish.  Idioma alemán medieval mezclado con hebreo y arameo en que los judíos de Europa Central y Oriental hablaron y publicaron libros y periódicos  desde hace mil años hasta la 2ª. Guerra Mundial. Actualmente se estudia en universidades para investigación  y se habla en algunos ambientes.

La entrada Un Simjat Tora en Moscú. se publicó primero en CCIU.

Fuente: http://www.cciu.org.uy/

Un Simjat Tora en Moscú.

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