Un verdadero Blitzkrieg (“guerra relámpago”) ocurrió en Siria el mismo día que entró en vigor el cese al fuego entre Israel y Hezbolá, una resurrección de la larga guerra civil que, a pesar de una tregua temporal, nunca terminó; más bien hibernaba.

Hay que regresar a marzo de 2011, cuando en el marco de la primavera árabe, unas protestas pacíficas de unos maestros en la adormecida ciudad de Dera en Siria, mutaron a manifestaciones masivas en las principales ciudades contra el régimen dinástico de los Assad que cumplía 40 años en el poder. La respuesta fue reprimir a sangre y fuego el furor popular, causando la división del ejército y la subsiguiente guerra civil con el involucramiento de países de la región y las potencias. Un complejo galimatías geopolítico.

Los rebeldes compuestos por tres grupos principales llegaron a controlar casi la totalidad del país. Un grupo, el ejército libre sirio apoyado por Turquía, un segundo, los kurdos y un tercero, las milicias yihadistas aliadas con Al Qaeda que se convertirían en el Estado Islámico, Isis, cuando radicales sunitas de Irak y Siria se unieron en la gesta contra los gobiernos de Damasco y Bagdad. La intervención de Estados Unidos contra Isis en agosto de 2014 y la de Rusia en 2015 contra los rebeldes con su estrategia de tierra arrasada, apuntalaron a Assad en el poder, quien además contó con el apoyo de Hezbolá, milicias shiitas importadas y la guardia revolucionaria iraní. El embate sirio-ruso-iraní dejó más de medio millón de víctimas mortales, destrucción por doquier, doce millones de desplazados, seis millones de refugiados y cero protestas en Occidente.

En 2019, cuando se acordaron treguas en todos los frentes, el presidente sirio Bashar al-Assad apenas controlaba dos tercios del territorio. La región nororiental quedó en manos de milicias kurdas-árabes sunitas apoyadas por Estados Unidos, la zona norte fronteriza con Turquía ocupada militarmente por Ankara, y la región noroccidental de Idlib, un 10 % del territorio sirio, en poder de milicias yihadistas varias con apoyo tácito de los turcos y una población de unos cuatro millones de refugiados que huyeron de la arremetida rusa. Un frente que nunca cayó fue el de Israel bombardeando con frecuencia posiciones y bases iraníes a lo largo y ancho de Siria.

Ya en nuestros días, los fuertes golpes que Israel le asestó a Hezbolá, descabezando a su cúpula, destruyendo buena parte de su arsenal y búnkeres, eliminando a unos 3500 combatientes y los ataques aéreos del Estado Judío a Irán en respuesta a los más de 600 proyectiles lanzados por los Ayatolas desde Irán en abril y octubre, dejaron el ‘eje de resistencia’, debilitado y vulnerable. A Hezbolá, que inició ataques contra Israel un día después de la masacre de Hamás declarando que no los suspenderá hasta tanto “no termine la guerra en Gaza”, le tocó capitular, “cortar las pérdidas” , aceptar el cese al fuego propuesto por Estados Unidos y Francia.

Los yihadistas sunitas en Idlib agrupados en la organización HTS –’Organización de Liberación del Levante’, en árabe- ‘olieron la sangre’, percibieron la debilidad de los aliados de Assad incluyendo Rusia, empantanada en su guerra en Ucrania y decidieron que había llegado su momento. Muy bien armados y motivados lanzaron su sorpresiva ofensiva y en dos días habían ocupado la totalidad de la ciudad de Alepo, la segunda más importante de Siria y su capital industrial. La respuesta de Rusia y Assad ha sido la esperada; bombardeos indiscriminados contra la población civil que han dejado miles de víctimas e infraestructura destruida. Sin embargo, los rebeldes, más preparados esta vez a ese tipo de guerra siguen avanzando. ¿Hasta donde llegarán?, ¿Estará en peligro el régimen de Bashar al -Assad? Otro foco de desestabilización en un medio oriente alebrestado.

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Siria y la insoportable levedad de Assad

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