En la continuidad de la publicación de las oratorias que se dieron durante la sesión especial de la Comisión Permanente del Parlamento en el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, hoy presentamos la alocución de la Senadora Graciela Bianchi del Partido Nacional.

SEÑORA PRESIDENTA.-  Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra la señora legisladora Bianchi.

SEÑORA BIANCHI.- Señora presidente: saludo la presencia de la señora vicepresidente de la república, escribana Beatriz Argimón, así como a las autoridades presentes y a la comunidad judía en la persona del señor embajador de Israel, Yoed Magen.

«El visitante zigzagueaba a través de los diferentes sectores del Museo del Recordatorio del Holocausto en Yad Vashem cuando de pronto se detuvo ante una vitrina. Observó allí un uniforme rayado de triste color que los nazis obligaban colocar a los prisioneros judíos. Curioso e ingenuo le preguntó a su guía: ¿Los niños también estaban obligados a usar ese uniforme? No, le respondió el guía; ese es el traje de un hombre. Y continuó: Así quedaba un ser humano, la víctima, después de la acción del perpetrador».

Este relato, por supuesto que real, impresiona desde dos dimensiones: la de la imagen y la de la palabra.

En relación con la imagen, tenemos la representación de la consecuencia de una política claramente intencionada y sistemática de reducir y eliminar a un pueblo y, junto a ese pueblo, a otros que, por capricho y fanatismo, consideraron inferiores y diferentes.

Primero fueron las piedras, después las balas, y para concluir con la perversa tarea, el aislamiento, el hambre, la prisión y las cámaras de gas. Y quien no sucumbió ante tanto encono se redujo a escombros, pero nunca se imaginaron los carceleros y asesinos que a partir del escombro se construye y que también estarían fortaleciendo cimientos para construir el edificio universal del «Nunca más».

La dimensión semántica del relato presentado se haya en la palabra «perpetrador». El perpetrador ejecuta, actúa y, como bien se sabe, según algunos estudios, fueron capaces de no sentir; esto es, fueron vaciados de sentimientos. Pero no necesariamente debemos creer que se actuó sin sensaciones; también las hubo y, en momentos, en algunas regiones, la muerte, asimismo, causó placer.

Estas palabras por demás escabrosas, por no decir obscenas, son necesarias para reafirmar el «Nunca más» y, por otro lado, para entender que los colectivos que perpetran no son grupos casuales, sino bocanadas de odio por el miedo que provoca el tirano. No habría perpetradores si no hubiera tiranos. El tirano se siente vocero de la verdad y representante de la justicia, capaz de hacer la ley o de actuar más allá de ella, desdeñando los derechos humanos básicos, acallando con el terror cualquier voz que se alce en su contra o que se oponga a sus intenciones y objetivos, aprovechándose muchas veces de la vulnerabilidad de un pueblo. Hace de la mentira y de la repetición de la mentira una verdad indiscutible, aunque no sea otra cosa que una falacia social.

Sin embargo, y esto es importante decirlo, hubo observadores dolidos que, con acciones justas, hoy bien recordadas por el pueblo judío, actuaron a escondidas del tirano. Algunas acciones fueron audaces, otras más humildes; lanzar un trozo de pan a través de un muro para que una familia pudiera sobrevivir no es un acto mínimo.

Por todo eso, esta fecha que hoy recordamos es mucho más que evocar un día de liberación; esta fecha simboliza nuestra profunda convicción del respeto a los derechos humanos en su más amplia expresión.

Hoy recordamos el Holocausto del pueblo judío, la Shoá, pero también lo recordamos como hecho universal que nos debe impactar desde un par de ideas, en principio. Por una parte, la democracia y la república; el respeto a las instituciones republicanas, la relevancia de una justicia independiente y la educación de un pueblo son el respaldo fundamental para proteger la libertad del hombre. Quizás débil, la democracia es resistente; no se aviene a la mentira. La mentira se consagra con el absolutismo. Por otra parte, el estado de alerta debe ser implacable y constante. El tan ansiado «Nunca más» puede ser débil, y el compromiso nacional e internacional debe abrazar a toda la humanidad.

La Shoá no es únicamente Auschwitz. Auschwitz es, además de una piedra en el camino de la paz, un referente de la vida antes, durante y después del Holocausto, pero el después no fue felicidad: hubo sobrevivientes, pero hubo recuerdos, dolor, culpa, vergüenza, soledad. Auschwitz es un símbolo que enciende una luz que nos obliga a no renunciar por alcanzar la justicia social y a construir un mundo crítico, pero también propositivo para la paz social y para el bienestar y desarrollo de la ciudadanía.

El negacionismo existe; el totalitarismo, el neofascismo y el neonazismo se visten de diferentes colores, pero están, y ninguno de ellos se preguntará cómo fue humanamente posible. ¿Tendremos que pensar que el ser humano es capaz de repetir aquellos hechos? La historia nos muestra hechos reñidos con la ética por la que todos nosotros luchamos. Educar para la libertad de pensamiento y, sobre todo, educar en formación para una ciudadanía observadora y crítica del contexto en un sistema republicano, puede salvarnos  porque significa pensar profundamente en la otredad. Ver a los otros significa, también, avizorar el advenimiento del tirano, y en este caso hay que enfrentarlo y hay que proteger a la democracia, esto es, ir contra el tirano desde los propios espacios que nos brinda nuestro sistema jurídico.

El hombre tiene dos manos. Con una puede mimar, pero con la otra puede matar. Por eso no veamos al tirano como un loco que accede al poder. Si lo vemos de esta manera, lo estamos justificando. La guerra es injustificable. Serían él y sus cómplices impunes ante sus crímenes. Sería inconcebible. Fueron culpables, fueron juzgados, y son culpables muchos que después de 1945 aún no fueron juzgados.

Evoco a Primo Levi cuando plantea que trabajar en el barro, no conocer la paz, luchar por un trozo de pan, estar sin cabellos, carecer de nombre y sentir frío no es humano. Por eso no hay que olvidar, mucho menos cuando cada uno, desde el lugar que ocupa, se siente seguro y protegido.

«¡Soy libre! ¡Soy libre! ¡Estoy viva!», gritó una joven, ciertamente sobreviviente. «Ya no soy más un número, como lo fui en todos los campos. No soy más un número colgado en mi cuello, cosido en mis ropas y, en Auschwitz, tatuado en mi brazo. Ahora tengo nombre». Es textual la cita.

Los sobrevivientes mueren. Ya no tenemos entre nosotros, por ejemplo, a la señora Ana Benque de Vinocur. Aclaro que tuve el placer de conocerla, de hablar con ella mucho tiempo e invitarla a que diera las charlas tan interesantes que daba en el liceo que yo dirigía. Poco menos de 48 horas después sufrí un atentado con una bomba molotov en la puerta de mi casa. El nazismo y sus similares –aunque se vistan de otros colores, porque lo que importa es que no surja el tirano–, siguen.

No obstante, el arte dice y los objetos también hablan, cual testigos silenciosos de la guerra y del dolor. La importancia de los objetos no reside en ser símbolos de mensajes ideológicos extremos, sino en haberse convertido en testigos silenciosos de personas ausentes, vivencias interrumpidas y devenires lejanos. Así lo expresa Haviva Peled-Karmeli.

Señora presidente: reitero y destaco este día como instancia del reconocimiento internacional del Holocausto. Expreso mi solidaridad con el pueblo judío y con todos aquellos que fueron y son víctimas del totalitarismo. Manifiesto el respeto a los derechos humanos; la lucha por el fortalecimiento de las democracias y de las repúblicas para expandir la justicia social, y la lucha contra las autocracias y toda manifestación absolutista que atente contra la humanidad haciendo énfasis en la mentira y en la corrupción.

Muchas gracias

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Senadora Graciela Bianchi: “Nunca imaginaron los asesinos que a partir del escombro se construye”

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