El mensaje de Purim va más allá de disfraces y banquetes. Se trata de un llamado a la acción, un recordatorio de que cada generación debe aprender de su historia para forjar su propio destino.

Carnavales hay muchos, y los judíos tenemos el nuestro. Celebramos porque, como casi siempre, en tiempos en los que parecían querer aniquilarnos, encontramos la fuerza para sobrevivir. Purim no es simplemente un recuerdo histórico; es una lección viva que nos enseña a transformar la aprensión en acción, a convertir la adversidad en oportunidad y a encarnar, en nuestro presente, la fuerza del pensamiento hebreo.

Hace ya milenios (350 a. e. C.), en el Imperio Persa, la amenaza de extinción se cernía sobre un pueblo que se negaba a renunciar a su identidad. Hamán, bajo el reinado del rey Asuero, encarnaba el odio y la intolerancia; planeó borrar de la faz de la tierra al pueblo judío. Pero la historia dio un giro inesperado gracias a dos figuras emblemáticas: Esther, la mujer que lidera el cambio en silencio, y Mordejai, el político que no se muerde la lengua y se arriesga por los demás. Ellos supieron transformar el peligro en oportunidad y, de la inminente aniquilación, nació la fiesta de Purim, que el pueblo judío celebra año tras año hasta el día de hoy (13 y 14 de marzo de 2025).

Hoy, en tiempos difíciles en los que los retos de Israel como pueblo y su vínculo con la tierra no siempre son comprendidos por la sociedad, la herencia del pensamiento hebreo se alza con fuerza. Este legado nos permite dictarnos una moral que brota de la fuente del pasado y se aplica con determinación al presente. Es esta dinámica, que ha permitido a generaciones resistir y prosperar, la que frena al enemigo y erradica la debilidad.

El mensaje de Purim va más allá de disfraces y banquetes. Se trata de un llamado a la acción, un recordatorio de que cada generación debe aprender de su historia para forjar su propio destino. La convivencia auténtica no exige uniformidad, sino que se nutre del reconocimiento de que nuestras diferencias son una fuente inagotable de riqueza y una oportunidad para tender puentes. Así, la transformación de un pasado amenazador en una celebración vibrante se erige como símbolo del compromiso de un pueblo con la justicia, la empatía y el diálogo.

El pensamiento hebreo nos enseña que la fortaleza reside en la capacidad de imponernos valores inmutables, heredados de un legado milenario, y aplicarlos en la cotidianidad. En un mundo en el que la intolerancia y la injusticia parecen ganar terreno, es fundamental recordar que la verdadera fuerza surge de la unión, de la conexión con nuestras raíces y del compromiso inquebrantable con lo que es justo.

Este es el espíritu que nos impulsa a actuar con decisión, a ser protagonistas en la lucha contra toda forma de opresión y a transformar el dolor del pasado en la esperanza de un futuro mejor.

Aunque los tiempos sean duros y las presiones externas intenten minar el espíritu, la lección de Purim nos recuerda que la resiliencia y la unidad son armas poderosas.

Purim es un carnaval en el que nos disfrazamos para cubrir nuestra identidad y hacer presente la tolerancia por encima del prejuicio de lo que vemos a primera vista.

Leemos la historia desde un pergamino que relata los avatares del pasado, enviamos manjares de regalo a nuestros amigos, damos ayuda a los necesitados y, finalmente, nos sentamos a celebrar una comida festiva en la que el brindis tradicional es un Lejaim: los judíos brindamos por la vida y por todo lo que ella nos da.

Reafirmamos nuestro compromiso de defender la identidad y la integridad de Israel y de convertir cada desafío en una oportunidad para liderar el cambio. Esther y Mordejai, los héroes de Purim, inspiran desde el pasado hasta el presente la fuerza del pensamiento hebreo. Antes de llevarlo a la acción, esa fuerza es la chispa que detiene al enemigo y disipa la debilidad.

Y de ello, cada uno tiene lo suyo.

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Purim: el carnaval judío

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