En marzo de 1925, Albert Einstein, el hombre que revolucionó la física con su teoría de la relatividad, decidió embarcarse en una travesía inédita hacia Sudamérica. Es de destacar la excelente impresión que a Einstein le quedó de Uruguay y de los uruguayos (“calidez genuina”, según sus palabras). En Montevideo se recuerda su presencia y su encuentro con el filósofo Carlos Vaz Ferreira en la Plaza de los Treinta y Tres.
Fue un viaje que lo alejó temporalmente de Berlín, quizás en busca de nuevas experiencias personales y científicas. En sus diarios de viaje, plasmó impresiones inmediatas, a menudo sin filtros, sobre los países y las personas que encontró a lo largo de su camino.
Estos cuadernos, que en su momento no fueron escritos con la intención de ser publicados, se han convertido en una ventana íntima a la mente del genio alemán.
Años más tarde, en 2018, el historiador Ze’ev Rosenkranz, editor de «The Travel Diaries of Albert Einstein: The Far East, Palestine, and Spain, 1922-1923″, advertía que había una clara discrepancia entre las declaraciones públicas de Einstein, cargadas de progresismo y humanitarismo, y las reflexiones privadas contenidas en sus diarios, donde no faltaron estereotipos y prejuicios hacia las personas que conoció.
La publicación de estos diarios reveló facetas menos conocidas del científico, presentando a un hombre complejo, que, aunque asombrado por la diversidad del mundo, no siempre pudo escapar de sus propios sesgos.
Recientemente, Rosenkranz nos recibió nuevamente para hablarnos de la edición de «The Travel Diaries of Albert Einstein: South America, 1925″, publicada por Princeton University Press en 2023. En esta nueva entrega, descubrimos a un Einstein fascinado por las geografías de la región, pero con opiniones divergentes sobre sus habitantes. Se sintió cautivado por «la cordialidad genuina» de los uruguayos, mientras que sus comentarios sobre los argentinos fueron duros, y mostró una relación ambivalente con los brasileños.
Einstein no era ajeno a dejarse llevar por sus primeras impresiones, y sus diarios reflejan esa frescura, ese apunte inmediato que muchas veces queda atrapado entre el asombro y el juicio. La Sudamérica de Einstein, por tanto, se nos presenta como un territorio inexplorado, lleno de contrastes y de asombro, donde el físico, que intentaba expandir el conocimiento sobre su teoría, también se dejó llevar por la magia de una naturaleza que lo impactó profundamente.
Este relato de Einstein en Sudamérica nos recuerda que, aunque se trataba de un genio indiscutible, seguía siendo humano: un viajero más que, cuaderno en mano, se enfrentaba a la diversidad del mundo con la sinceridad y a veces con los prejuicios que todos cargamos en nuestro andar.
Argentina
La visita de Albert Einstein a Argentina en 1925, como parte de su gira por Sudamérica, dejó impresiones que, según el historiador Ze’ev Rosenkranz, resultaron «complejas». Aunque Einstein encontró en Argentina una comunidad científica activa y una buena infraestructura para la investigación en física y matemáticas, sus opiniones sobre el país y su gente no fueron del todo positivas.
Inicialmente, el físico elogió a académicos locales y expresó satisfacción al ver jóvenes interesados en sus conferencias. Sin embargo, sus impresiones favorables se desvanecieron con el tiempo. En sus diarios y cartas, se refirió a los argentinos como “indios” y “españoles”, usando términos que revelan su visión estereotipada y simplista. Buenos Aires, en particular, no le agradó; la describió como “superficial” y “fría”, y la comparó con una versión materialista y sin encanto de Nueva York.
A pesar de sus críticas, hubo momentos en los que mostró aprecio por la cultura y los paisajes argentinos, como en Llavallol y las sierras de Córdoba. Aun así, su percepción se mantuvo mayormente negativa, influenciada por preconcepciones europeas que no logró apartar.
El caso de Einstein en Argentina ilustra cómo incluso una mente brillante puede estar sujeta a prejuicios y estereotipos culturales que distorsionan su visión de una realidad ajena. La genialidad y la apertura intelectual no siempre van de la mano.
Uruguay
La visita de Einstein a Uruguay en 1925 dejó una impresión notablemente positiva en el físico alemán. Durante su semana en Montevideo, Einstein quedó fascinado por la modestia y la calidez genuina de sus habitantes. En sus escritos, resaltó el “amor a la tierra propia sin ningún tipo de megalomanía” que encontró en el país, un sentimiento que, según él, era escaso en otros lugares.
La afinidad que sintió por Uruguay no se limitó solo a sus habitantes. Einstein, amante de los países pequeños, admiraba la estructura de Uruguay, una nación que se regía bajo principios liberales y que mantenía una clara separación entre la Iglesia y el Estado, algo que consideraba crucial. Además, los programas de bienestar social del país le causaron una gran impresión, al punto de describir a Uruguay como un modelo a seguir.
El clima y la arquitectura de Montevideo le evocaron recuerdos de Europa, lo que sumó a su aprecio por el país. La oportunidad de conocer a figuras intelectuales como el filósofo Carlos Vaz Ferreira y el ingeniero Carlos M. Maggiolo enriqueció aún más su experiencia.
Einstein no ocultó su admiración por Uruguay. En sus notas, lo describió como un “país pequeño feliz”, una afirmación que refleja su valoración de los principios y la calidad de vida que encontró en esta nación sudamericana. En un mundo que él veía dominado por la megalomanía de los grandes estados, Uruguay fue un ejemplo de la cordialidad, modestia y bienestar que consideraba deseables para la humanidad.
Brasil
La visita a Brasil en 1925, aunque marcada por su asombro ante la belleza natural del país, revela las contradicciones y prejuicios que el científico alemán arrastró durante su viaje. En sus escritos, Einstein destacó la “majestuosidad” de los paisajes brasileños, especialmente impresionado por el Corcovado y el Pan de Azúcar en Río de Janeiro. Además, expresó su fascinación por la diversidad étnica del país, lo que él describió como una “mezcla racial” que parecía atraerle.
Sin embargo, esta admiración por el entorno y su diversidad no se tradujo en una visión igual de positiva sobre la población brasileña. En sus diarios, Einstein se refirió a sí mismo como un “elefante blanco” y a los brasileños como “monos”, lo que muestra una perspectiva deshumanizante y condescendiente. Ze’ev Rosenkranz, historiador y editor de sus diarios, señala que estas expresiones reflejan una actitud de superioridad y un determinismo geográfico por parte del físico. Einstein creía que el clima tropical afectaba las capacidades cognitivas de sus habitantes, una idea que ya había mencionado en otros viajes a regiones cálidas.
El término “chiquitines” que utilizó para referirse a los brasileños también es problemático. Aunque podría interpretarse como una expresión afectuosa, el contexto en que fue usado sugiere una actitud paternalista. Rosenkranz reconoce que, en sus entrevistas en Brasil, muchos de sus interlocutores se sintieron ofendidos por las palabras de Einstein, y no sin razón. Este tipo de comentarios, cargados de estereotipos y prejuicios, revelan las limitaciones de una mente brillante que, a pesar de su genio, no logró desprenderse de su visión eurocéntrica y elitista.
La impresión de Einstein sobre Brasil es, en última instancia, una mezcla de admiración y superioridad. Mientras que la naturaleza y algunos individuos locales le causaron una impresión positiva, sus comentarios sobre el pueblo brasileño muestran una actitud que, aunque común en su época, hoy resulta inaceptable. Einstein, como figura pública y como intelectual, no estuvo exento de los prejuicios de su tiempo, lo que nos recuerda que incluso los más grandes genios son seres humanos con sus propias contradicciones.
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