Israel inició una nueva etapa. A casi un año de la masacre terrorista del 7 de octubre de 2023, Hamas está prácticamente acabado. Es un esqueleto sin músculo cuya supervivencia parecería improbable. De sus 30 mil miembros, 18 mil fueron eliminados. Foto: captura de Twitter

Yahya Sinwar, ideólogo de la sangrienta incursión en suelo israelí, está con vida aunque aislado en alguno de los tantos túneles que construyó en la Franja de Gaza con el dinero destinado a ayuda humanitaria. Permanece rodeado de 101 rehenes secuestrados en aquella orgía de muerte. Son su escudo, su garantía.

Ahora Israel comienza a enfocarse en su frontera norte. Estudió al ejército terrorista Hezbollah en profundidad desde la guerra que los enfrentó en 2006. Y al parecer, aprendió más que su rival de ese conflicto cuyo fin fue alcanzado por una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que estableció un alto el fuego.

Las fuerzas israelíes reconocieron entonces que un enfrentamiento futuro -e inevitable- con Hezbollah debía ser abordado de otra manera. Y comenzó a aplicar esa receta cuando la agrupación chiíta decidió unirse a Hamas al día siguiente de la masacre terrorista, el 8 de octubre pasado, con el disparo de cientos de cohetes contra las comunidades del norte del país.

El grupo terrorista, en estos 18 años, cometió diversos errores pero uno fundamental que debilitó a la organización: participar de la guerra civil de Siria para sostener en el poder al dictador Bashar Al-Assad. El haberse involucrado en ese conflicto provocó múltiples fracturas que fueron aprovechadas por la inteligencia israelí.

Al moverse abiertamente en territorio sirio, Hezbollah se expuso a miles y miles de seguimientos satelitales que lograron rastrear a altos oficiales e interceptar sus comunicaciones. Las tropas chiítas iban y venían de Siria al Líbano de forma corriente, lo cual también fue aprovechado para continuar observando durante miles de horas los movimientos de cada uno de sus miembros en sus propias casas.

Esas toneladas de datos, imágenes y comunicaciones fueron analizadas y procesadas sacando patrones claves que permitieron entender la manera de articulación interna de la agrupación terrorista. La tecnología infinitamente superior que tiene Israel por sobre sus amenazantes vecinos fue un factor clave.

Pero no fue el único factor que facilitó la penetración del brazo armado de Irán en Líbano. La sangría a la que Hezbollah sometió a sus miembros al participar de una guerra que nada tenía que ver con sus objetivos germinales, generaron un descontento profundo durante los años del conflicto interno sirio. Ese malestar se registró en el personal interno y, sobre todo, en los familiares que vieron morir a parientes para defender a un dictador ajeno. Un martirio injustificable aún para sus parámetros.

A ese enojo también se sumó una creciente ola de confrontación con otras comunidades islámicas que formaron parte del conflicto sirio y que veían cómo un actor extranjero intentaba, con éxito, masacrarlos. Así, Hezbollah cosechó nuevos e impensados enemigos, mientras le hacía el juego a Al-Assad, Rusia e Irán.

En ese contexto de profundo quebranto interior se produjo una infiltración que permitió a Israel identificar debilidades y contar con todo tipo de información y datos de su máxima amenaza terrorista. Teherán y Hassan Nasrallah habían ayudado al dictador sirio a perpetuarse, pero también a su máximo enemigo que aprendió como un simple observador.

Como todo jefe terrorista que representa una amenaza, Nasrallah era un objetivo legítimo de Israel, al mismo nivel en que se encuentra Sinwar. Mucho más cuando decidió unirse a las hostilidades por orden de Irán.

Fue entonces cuando los planes para descabezar a Hezbollah comenzaron a aplicarse lentamente, paso a paso. Nada fue improvisado. Durante casi un año las Fuerzas de Defensa de Israel neutralizaron los cohetes que lanzaban desde el otro lado de la frontera libanesa y asestó golpes puntuales contra jefes militares de unidades estratégicas y almacenamiento de proyectiles.

Pero los mayores golpes comenzaron hace apenas 14 días. Israel hizo colapsar su sistema de comunicaciones cuando el 17 de septiembre hizo explotar remotamente miles de dispositivos pagers con los que los oficiales de la agrupación intercambiaban órdenes. Alrededor de 500 de sus miembros murieron. El gobierno de Benjamin Netanyahu jamás reconoció haber sido responsable, pero pocos países en el mundo podrían haber ejecutado esa misión con tanta precisión.

A los tres días, la cúpula de Hezbollah decidió reunirse en un edificio en el distrito de Dahieh, en Beirut. Un caza F-35 guiado desde la base aérea de Hatzerim lanzó su carga. Los comandantes que allí se encontraban perdieron la vida al instante. Entre ellos Ibrahim Aqil, alguien que era buscado desde hacía décadas.

Una semana después se concretaría el descabezamiento completo de los yihadistas libaneses. Nasrallah, confiado en que un búnker subterráneo de hormigón podría protegerlo, accedió a una nueva cumbre con lo poco que quedaba de su desmantelada estructura militar. Fue un nuevo error de una organización que estaba desconcertada y sin capacidad de maniobra.

Esta vez fueron aviones F-15 los que lanzaron las bombas con capacidad para enterrar para siempre al jefe terrorista en un edificio en Beirut.

Desde que se confirmó la muerte de Nasrallah, el sábado 28 de septiembre, Israel continuó bombardeando sitios de almacenamiento de misiles, cohetes y armamento, tanto en la capital libanesa como en los asentamientos del sur del país. También condujo operaciones comando puntuales. Muchas de ellas en los túneles que también Hezbollah construyó para penetrar tierra israelí. En los próximos días serán cada vez más frecuentes. ¿Los modernos tanques Merkava atravesarán también la frontera de forma masiva? ¿O Israel no quiere correr la suerte de la experiencia rusa en Ucrania, donde sus blindados fueron reducidos a chatarra?

Hezbollah ya respondió y avisó que no estaba del todo muerto. “Las fuerzas israelíes se enfrentan en Líbano a un adversario más hábil y mejor equipado que en Gaza”, indicó Joe Truzman, investigador y analista de la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD).

“Hezbollah ha pasado años desarrollando sistemas de túneles, preparando emboscadas y dominando el terreno local. Por su parte, los militares israelíes también han dedicado mucho tiempo a superar los posibles retos que les esperan en el sur del Líbano. Aunque las pérdidas de tropas podrían ser considerables, el objetivo bélico de devolver a los civiles desplazados al norte de Israel está sin duda dentro de sus capacidades para conseguirlo”, agregó Truzman.

En tanto, las realidades de Hamas y Hezbollah pueden compararse en algún sentido: mientras Sinwar, el máximo líder terrorista palestino, se esconde prácticamente desconectado del resto de los militantes que consiguió sobrevivir, los extremistas chiítas no cuentan con un liderazgo que los conduzca con claridad, aunque están mejor preparados que sus semejantes de la Franja de Gaza. Por un lado, una cabeza sin cuerpo; por el otro, un cuerpo que parecería responder sin una cabeza visible. Resultados a un año de la peor masacre contra el pueblo judío desde el Holocausto.

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Hamas y Hezbollah: sin cuerpo y sin cabeza

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