Ynet Español- por Israel Jamitovski

Ocupó varios cargos públicos en Uruguay y fue embajador en Austria, México y Naciones Unidas. Su actuación fundamental en la votación del 29 de noviembre de 1947 y en la fundación del Estado de Israel.

El voto latinoamericano fue fundamental en el surgimiento del Estado de Israel en la arena internacional. Al cumplirse en estos días, un año de la histórica resolución del 29 de noviembre de 1947, la oportunidad se presta para abordar la personalidad  de uno de los grandes amigos de la causa de Israel. Concretamente  la del diplomático uruguayo Enrique Rodríguez Fabregat, al cumplirse también en estos días 45 años de su desaparición.

Nacido en 1895 en Uruguay, fue catedrático en  prestigiosas universidades de Estados Unidos, así como diplomático, escritor, periodista y político. Una escuela pública de San José –departamento en el cual nació– lleva su nombre. Fue ministro de Instrucción Pública de Uruguay, embajador de Uruguay en Austria y México y embajador de Uruguay ante las Naciones Unidades desde 1946 hasta 1961, cuando jugó un rol preponderante en el nacimiento del Estado de Israel, primero como miembro de la comisión que designó Naciones Unidas  para Palestina, conocida bajo la sigla UNSCOP, y por supuesto en la antedicha resolución de Naciones Unidas de 1947.

Posteriormente a su fallecimiento, en 1976, se encontró un manuscrito del que se desprende que la intención que animaba a Rodríguez Fabregat era escribir un libro en torno del nacimiento de Israel, titulado El ojo de la aguja. Tenía casi toda la obra hecha, pero al residir varios años entre Argentina y Estados Unidos, en ese trasiego se perdieron varios capítulos. De este manuscrito sólo se pudieron develar dos memorables capítulos en mérito al hallazgo que hicieron en Buenos Aires David e Inés Radunsky. En su momento, el manuscrito  fue editado por el Instituto de Relaciones Culturales Israel- Iberoamérica, España y Portugal, financiado por la Asociación de Amistad Israel-Uruguay y  cuyos dos capítulos abordaré brevemente.

En el primer capítulo, rotulado “Itinerario: Vía Dolorosa”, Rodríguez Fabregat aborda la visita de los integrantes de la UNSCOP a los denominados Campos de Desplazados en los cuales se concentraban los judíos sobrevivientes del Holocausto después de la Segunda Guerra Mundial, a quienes los británicos  impidieron  llegar a Palestina, que a la sazón estaba en sus manos. Fue la secuela del célebre y triste Libro Blanco que en este contexto emitieron los británicos.

Rodríguez  Fabregat sostuvo que  la comisión de UNSCOP debía percibir cuantos refugiados y cómo vivían en dichos campos, cuáles eran sus  reclamos, a qué lugares del mundo querían encaminarse, dónde y cómo recomponer sus vidas. No hubo unanimidad al respecto. El delegado de Guatemala apoyó su postura, el de la India se opuso terminantemente, otros fueron indiferentes. Finalmente, la cuestión se sometió a votación. Seis delegados votaron a favor de visitar los campos de desplazados de Europa: Uruguay, Guatemala, Australia, Canadá, Holanda y Suecia. Tres votaron en contra: India, Irán y Yugoslavia. Uno se abstuvo: Checoslovaquia.

La Comisión recorrió los campos asentados en Munich, Viena y Berlín, así como distintos centros de refugiados. Las primeras reflexiones de Rodríguez Fabregat abordan  el sufrimiento padecido por  los niños, huérfanos de padre y madre exterminados en el Holocausto, aludiendo a 30.000 niños residiendo  en los diferentes campos de desplazados. Su sensibilidad por los niños no debe extrañar porque siempre tuvo preocupación prioritaria por la niñez. En  1927, y al inaugurarse en Montevideo el Instituto Interamericano de Protección a la Infancia, en su calidad de ministro de Instrucción Pública, Rodríguez Fabregat  presentó la Tabla o Decálogo de los Derechos del Niño que fue posteriormente adoptada por UNICEF, sirviendo igualmente en tanto referente para distintas convenciones internacionales.

El segundo tópico a señalar en este capítulo es que  asoma con toda crudeza el contexto de miseria, sordidez y angustia, así como las condiciones infrahumanas en que residía la población judía en estos campos. A título de ejemplo, Rodríguez Fabregat invoca el Hospital Rotschild de Viena, quien tenía en tiempos comunes lugar para 800 personas. En ese momento se alojaron en su seno más de 4.000 refugiados, un tercio de la población padecía de tuberculosis, la mitad acusaba desnutrición crónica, en el ámbito psíquico la inmensa mayoría acusaba confusión e inestabilidad. En el espacio  sanitario el cuadro era angustiante: el hospital contaba sólo con 14 letrinas para 4.000 refugiados.

En tercer término, y lo más importante, en este capítulo aflora la clara, contundente e inequívoca voluntad del colectivo judío integrante de los campos de desplazados de trasladarse y radicarse en la Palestina de aquel tiempo. Las conclusiones de Rodríguez Fabregat son terminantes:

“Entre los judíos  desplazados víctimas auténticas de un genuino martirio, los miembros de la Comisión no registraron un solo caso, de un solo sobreviviente, de un solo declarante, que quisiera ir a otro lugar que no fuese ‘su’ patria, Palestina.”

 En el  segundo capítulo del manuscrito denominado Azotes, Rodríguez Fabregat aborda el combate de las organizaciones legales y clandestinas judías en la Tierra de Israel por alcanzar la independencia de Israel así como el alto tributo que en vidas humanas esta lucha implicó y conllevó.

Más aún, Rodríguez Fabregat compara la lucha del pueblo judío por su patria libre con la  desplegada por los pueblos de América latina por alcanzar su independencia, concretamente con la de  los pueblos del Río de la Plata ante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, con la Guerra a Muerte proclamada por Simón Bolívar en las agruras de la lucha emancipadora así como la de José Martí en Cuba.

Esta memorable reflexión hay que calibrarla debidamente, habida cuenta de que Rodríguez Fabregat fue un genuino demócrata. Fiel a su vocación libertaria,  abandonó Uruguay cuando en 1933 y 1973 se quebró  en este país  el orden institucional y  que se reflejó igualmente en su destacado quehacer en Naciones Unidas. Paralelamente  a su función de embajador uruguayo, desempeñó importantes cargos: en 1954 fue vicepresidente de la Comisión de Derechos Humanos, en 1957 fue miembro de la Comisión Investigadora de la rebelión húngara y en 1959 actuó en calidad de  miembro de la subcomisión en la lucha contra la discriminación y en defensa de las minorías.

Israel no ha olvidado la invalorable contribución a su creación de este noble uruguayo. En tres de sus ciudades –Tel Aviv, Ramat Gan y Holón– hay una calle que lleva su nombre.

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Dos capítulos de un memorable manuscrito del demócrata uruguayo Rodríguez Fabregat

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