En la noche de ayer, se realizó en el Teatro Solís el Acto Central Recordatorio de Iom Hashoá, con la presencia de autoridades nacionales, legisladores, comunitarias y de la sociedad civil. En el desarrollo del acto se destacó la firma de la Declaración de los Sobrevivientes, que forma parte de una campaña global de la presidencia israelí de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), para honrar la memoria de las víctimas y de los sobrevivientes a 80 años del fin de la Shoá. La Declaración fue firmada por líderes políticos presentes entre los que estuvo la Vicepresidenta de la República, Carolina Cosse.
El siguiente es el texto de la Declaración.
La Declaración de los Sobrevivientes fue leída por primera vez por el sobreviviente del Holocausto, el fallecido Zvi Gil, de bendita memoria, en la ceremonia de clausura de una conferencia internacional celebrada en Yad Vashem sobre “El legado de los sobrevivientes del Holocausto: Implicaciones morales y éticas para la humanidad”.
Esa ceremonia tuvo lugar en el Valle de las Comunidades en Yad Vashem el 11 de abril de 2002.
Para conmemorar el 80º aniversario de la conclusión de la Shoá, la presidencia israelí de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA) ha iniciado una campaña global para renovar el compromiso con el mensaje y los principios de la Declaración de los Sobrevivientes.
Se convoca a las personas de conciencia de todo el mundo a honrar la memoria de las víctimas, los sobrevivientes y quienes arriesgaron sus vidas para salvar a otros del Holocausto, expresando su identificación con esta Declaración.
La era de los sobrevivientes del Holocausto está llegando a su fin. Pronto no quedará nadie para decir:
“Yo estuve allí, yo vi, yo recuerdo lo que ocurrió.” Quedará una vasta documentación: investigaciones, lecciones, imágenes y películas, y abundantes testimonios. Será una nueva era. La oscura herencia de la Shoá, que quedó indeleblemente marcada en el alma y el corazón de los sobrevivientes, se convertirá en una misión sagrada que incumbirá a la humanidad.
En la primavera de 1945, el gran estruendo de la Segunda Guerra Mundial se silenció. En la extraña quietud que siguió, nosotros, los últimos vestigios del Holocausto, emergimos de los campos, de los bosques y de las marchas de la muerte. Estábamos harapientos, amargados y huérfanos, sin amigos ni familia, sin hogar. En secreto, nos preguntábamos en el corazón si, después de los guetos, los transportes y Auschwitz, aún seríamos capaces de reavivar una chispa de vida dentro de nosotros. ¿Podríamos volver a trabajar? ¿Volver a amar? ¿Nos atreveríamos a formar una familia de nuevo?
No, no nos convertimos en bestias salvajes, hambrientas solo de venganza. Esto es un testimonio de los principios que poseemos como pueblo impregnado de fe duradera tanto en el ser humano como en la Providencia. Elegimos la vida. Elegimos reconstruir nuestras vidas, unirnos a la lucha por el establecimiento del Estado de Israel y contribuir a la sociedad en Israel, en muchos otros países, y a toda la humanidad.
La mayoría de los sobrevivientes del Holocausto llegaron a Israel — el Estado Judío. Para ellos, esto fue una necesidad existencial derivada del Holocausto. Los cimientos del Estado de Israel incluyen no solo la memoria de los seis millones de nuestro pueblo que fueron asesinados, sino también una lección histórica crucial de la Shoá: que nunca más debe repetirse un Holocausto.
Desde entonces, hemos elegido enfrentarnos a los problemas más resonantes y desconcertantes relacionados con la Shoá:
¿Por qué y con qué propósito se perpetró el horror?
¿Por qué los alemanes señalaron a los judíos como un peligro para toda la humanidad que debía ser aniquilado? ¿Cómo fue posible que, del seno de la nación alemana, que produjo grandes artistas, pensadores y maestros de la ética, surgieran asesinos que diseñaron y operaron esta máquina de matar sin precedentes?
Los sobrevivientes somos un grupo pluralista, con multitud de opiniones, convicciones y creencias. Pero compartimos un profundo deseo de transmitir a las futuras generaciones lo que vivimos y lo que aprendimos durante aquel tiempo oscuro, antes de despedirnos de esta vida que nos mostró tanta amargura.
Es desde aquí, desde Har HaZikaron — el Monte del Recuerdo — desde Yad Vashem en Jerusalén, que nosotros, los sobrevivientes, elegimos contar nuestra historia. Y es ahora cuando alzamos nuestras voces, colectivas e individuales.
En la tradición judía, el mandato de recordar es absoluto. Abarca más que el mero acto cognitivo de la memoria y debe estar arraigado en un compromiso moral. Hoy, nosotros, para quienes el recuerdo está grabado en nuestros corazones y en nuestra carne, nos reunimos para pasar la antorcha a la próxima generación.
Les transmitimos también el mensaje de que la memoria debe conducir a la acción ética. Esto debe ser el fundamento y la fuente de energía para construir un mundo mejor.
¡No matarás! Este principio básico de la moral humana fue otorgado a toda la humanidad en el Monte Sinaí.
La memoria del asesinato de seis millones de judíos por parte de los nazis y sus colaboradores voluntarios nos obliga a observar este supremo mandamiento. La vida es un don divino que no debemos robarle a otro ser humano, ya que todos fuimos creados a imagen de Dios.
Derivado del legado de la Shoá, debemos ser implacables en la protección de la vida humana y evitar todo derramamiento de sangre innecesario.
Nosotros, cuya dignidad fue reducida a polvo, y que hablamos en nombre de aquellos condenados a la degradación seguida del asesinato, llamamos a la humanidad a unirse en torno a los principios de los derechos humanos y la igualdad, sin importar religión, raza, condición social o género.
El despotismo tiránico, la opresión política y religiosa, y la privación económica que pisotean la dignidad humana de individuos y comunidades deben ser considerados por el mundo como pecados de una gravedad intolerable.
No existe una verdadera alternativa a la coexistencia entre personas y naciones.
Todo debe hacerse para resolver las diferencias — no mediante el derramamiento de sangre, sino a través del diálogo y la mediación, en el Medio Oriente y en todo el mundo.
El antisemitismo y todas las demás formas de racismo constituyen un peligro no solo para los judíos, sino también para el mundo entero.
Encubren inclinaciones que pueden llevar a nuevos genocidios.
Actualmente, el “nuevo antisemitismo” se dirige simultáneamente y de forma indistinta contra los judíos, contra Israel y contra el sionismo.
El Holocausto mostró al mundo el alcance del poder destructivo del antisemitismo y el racismo.
La negación del Holocausto, así como su distorsión, minimización y trivialización, son medios para evadir las conclusiones evidentes y las lecciones para el futuro.
Nosotros, los sobrevivientes, hacemos un llamado al mundo para erradicar estos fenómenos y combatirlos con determinación.
La memoria del Holocausto está impregnada de destrucción, maldad e inhumanidad, amenazando todos los valores humanos.
Sin embargo, nosotros, que caminamos tambaleantes por el valle de la muerte, que presenciamos la destrucción de nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra nación, no caímos en la desesperación ni en la pérdida de fe en la humanidad y su imagen divina.
Al contrario, buscamos extraer del horror un mensaje positivo para nuestro pueblo y para el mundo: un mensaje de compromiso con los valores humanos y con la humanidad misma.
La Shoá, que estableció el parámetro del mal absoluto, es un legado universal de toda persona civilizada.
Las lecciones del Holocausto deben convertirse en un código cultural para enseñar los valores humanos, la democracia, los derechos humanos, la tolerancia y para enfrentar el racismo y las ideologías totalitarias.
Desde el Monte del Recuerdo en Jerusalén resuena el antiguo proverbio de Rabí Hilel:
“Lo que te es odioso, no se lo hagas a otro.”
Este es nuestro mensaje para la humanidad. Este es nuestro legado para las generaciones venideras
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