Ahora hace un año, en la madrugada del 7 de octubre de 2023, el día de la celebración del Simjat Torá, apenas acabado el Sucot, una turba alimentada en el odio y sedienta de sangre entraba a matar Israel adentro y masacraba a su paso.

En la llanura de Re’im, donde 3000 jóvenes celebraban el festival Supernova por la paz, dejaban 364 cadáveres, y en los kibutz del sur de Israel mataban, quemaban, descuartizaban, violaban y secuestraban todo lo que encontraban a su paso, dejando la huella del pogromo más mortífero contra los judíos desde la Segunda Guerra Mundial. En total, 1200 israelíes y extranjeros eran asesinados y 250 personas, entre ellas 38 menores —el más pequeño de nueve meses— eran secuestradas y enviadas a los agujeros negros de los centenares de kilómetros de túneles excavados en Gaza. El ataque brutal ideado por los jefes de Hamás Mohammed Deif y Yahya Sinwar, con la cobertura logística y financiera de Irán, quedaba sellado en la historia como el más mortífero desde el Iom Kipur y se iniciaba abruptamente la quinta guerra con Hamás desde 2008.

Un año después, el conflicto ha sacudido brutalmente Oriente Medio, y la implicación de Hizbulá, el resto de proxies del régimen de los ayatolás, y del mismo Irán se han hecho efectivas. Nadie sabe, a estas alturas, cómo quedará el juego de equilibrios en la región, pero la decapitación de toda la cúpula de Hizbulá, de sus mandos intermedios y de parte de su arsenal, sumado a la práctica desarticulación de Hamás y a la debilidad militar mostrada por Irán en sus ataques fallidos contra Israel, hacen creer que Oriente Medio está a las puertas de un cambio rotundo de paradigma. Sobre todo porque, aparte de la ofensiva militar de Israel por todos los flancos, y del éxito de sus servicios de inteligencia —que han recuperado su gran prestigio con las operaciones contra Ismail Haniye en Irán y contra Hasan Nasrallah en el Líbano—, es especialmente significativo el papel de países como Egipto o Jordania, y la misma Arabia Saudí en el conflicto. De hecho, durante todo este año, ha habido más ruido contra Israel en las calles de Barcelona, Londres o Buenos Aires, que en las de El Cairo o Riad, y la celebración de la muerte de Nasrallah en muchas zonas árabes dan la medida de la soledad de Irán en la región.

Es cierto que en términos geopolíticos Irán cuenta con la poderosa tríada de China, Rusia y Corea del Norte, especialmente Rusia, que incluso estaba negociando con Irán y los hutís del Yemen la venta de decenas de misiles antibuques Yakhont, con el fin de atacar con mayor precisión los barcos que transitan por el mar Rojo. Pero también lo es que ningún otro país musulmán ha dado apoyo a Teherán —a excepción de los grupos en el Líbano y Siria, que controla directamente, y de los bastiones chiíes que actúan desde el interior de Iraq—, hasta el punto de que Jordania ha llegado a movilizar sus cazas para parar los misiles iraníes. Y, al mismo tiempo, varios países occidentales, especialmente los Estados Unidos, Alemania y Francia, se han implicado militarmente a favor de Israel.

En este punto, cualquier análisis sobre la región es especulativo, porque todas las variables están en proceso y nada es estable. Pero algunos hechos son claros: Hamás ya no tiene capacidad de atacar Israel, más allá de perpetrar atentados terroristas puntuales; Hizbulá ha quedado severamente condenada, y aunque puede recuperarse con el tiempo, a estas alturas es una gallina decapitada que ataca sin dirección. Descabezadas las dos organizaciones más letales, el resto de activos liderados por Irán —hutís en el Yemen, chiíes en Siria e Iraq— se han debilitado considerablemente y, finalmente, el gran Irán, que siempre ha hecho la guerra a través de sus intermediarios, se ha visto obligado a mover los misiles, ha mostrado su vulnerabilidad ante la poderosa defensa israelí, y ha quedado al descubierto en el panorama del mundo. Al mismo tiempo, los hilos que nunca se rompieron para avanzar hacia los Acuerdos de Abrahán, vuelven a reforzarse…

Es cierto que todo puede derivar en una guerra global, no en balde, en el frágil juego de equilibrios en el seno del poder de los ayatolás, parece que no está ganando el «moderado» presidente Masoud Pezeshkian, sino el hijo de Alí Khamenei, Mojtaba Khamenei, antiguo líder de las fuerzas paramilitares de la Guardia Revolucionaria, las temibles Basij, usadas para detener violentamente las protestas contra el régimen. Poseedor de grandes activos económicos —según denunció la prensa francesa— pertenece a la rama radical que aboga por una guerra completa. Pero con esta posibilidad abierta, también parece claro que Irán no está en condiciones de ir hacia una confrontación directa contra Israel, que lo dejaría mal parado. La idea de que intentará ganar tiempo para rehacer Hizbulá y el resto de proxies, mientras avanza en su carrera nuclear comprando uranio enriquecido a Mali —ya ha superado el 60% de enriquecimiento, llegando a niveles de uso militar, según los informes de la OIEA— parece la opción más probable. Sea como sea, podemos estar a las puertas de una guerra mayor; pero también podemos estar en la fase final de una estocada al eje del mal liderado por Irán, que permita un Oriente Medio más estable.

Acabo este artículo con algunas reflexiones en nuestra casa, un año después de la masacre del 7 de octubre, vistas las reacciones que se han producido. La primera, la constatación de tener —y sufrir— mayoritariamente una prensa abiertamente ideológica que ha vulnerado los principios básicos de la información en conflicto. Lejos de explicar la ofensiva en Gaza y la posterior en el Líbano en términos de neutralidad periodística, la mayor parte de la prensa ha optado por comprar como «información» la propaganda de Hamás, no ha cuestionado ni las cifras, ni los hechos, y se ha convertido en un propagador de auténticas mentiras, muchas de las cuales han quedado al descubierto. Elementos tan fundamentales para entender la situación como el hecho de que Hamás tenía un ejército más de 40.000 hombres fuertemente armados en Gaza, que ha entrado en guerra con el ejército israelí, se ha obviado, convirtiendo todos los caídos del bando palestino, en «víctimas civiles». ¿Entonces, con quién combatía el Tzahal israelí, con ciudadanos? Lejos, pues, de tratarlo como una guerra, la prensa ha optado por tratarlo como una matanza, y ha perpetuado la maldad de convertir a los soldados de Israel —que no son «profesionales» sino la gente de Israel, universitarios, autónomos, padres de familia—, en simples asesinos. Al mismo tiempo, ha callado ante las evidencias de zonas civiles convertidas en almacenes de armamento y no ha cuestionado ni el uso de los civiles como escudos por parte de Hamás, ni el control absoluto de la ayuda humanitaria que ha perpetrado. Ni siquiera ha recordado que Hamás hace 14 años que gobierna Gaza, y no ha utilizado nunca sus ayudas ingentes para mejorar la población, sino para convertir la franja en una maquinaria de guerra. En nuestra casa, la información más sectaria, más ideológica y más propagandística ha sido la de TV3, que a menudo ha parecido directamente la televisión de Hamás. En este sentido, el 7 de octubre murió, también, la credibilidad de una parte de la prensa occidental, la nuestra en particular.

La segunda es la obcecación de una izquierda tronada, alejada de los principios éticos, que ha abusado de las mentiras, ha mostrado una cara ferozmente antiisraelí, ha creado las bases para disparar una nueva forma de antisemitismo y, en su delirio maniqueo, ha acabado siendo la principal aliada de organizaciones terroristas como Hamás e Hizbulá, que atentan contra todos los principios básicos de la civilización moderna. En este punto, una enmienda especial a los Petro, Boric, al sátrapa Maduro y al ínclito Pedro Sánchez, que lejos de hacer de estadista como Macron, ha optado por ser el líder de la pancarta, hasta el punto de ser públicamente felicitado por Hamás. Cuando uno se sitúa en la posición en que una organización terrorista que ha matado a diestro y siniestro, que ha aniquilado su oposición, ha impuesto una delirante sharía en la franja y ha utilizado la causa palestina en favor del yihadismo te felicita, quedas muy retratado y en el peor lugar posible. Sánchez podía haber optado por tener un papel relevante entre partes, pero ha decidido ser un simple propagandista.

Al mismo tiempo, el siete de octubre también murió el feminismo, que contempló cómo centenares de mujeres sufrían la violación y violencia sexual más brutal, masiva y viralizada de la historia, y no se inmutaban. Si las víctimas eran judías ya no eran víctimas, solo eran judías. El silencio del feminismo ante el siete de octubre ha sido infecto y cómplice.

Además, nada de nuevo con la ONU, que hace décadas que solo sirve para hinchar las nóminas de sus dirigentes y dar voz a las peores dictaduras, mientras demoniza permanentemente Israel y no se inmuta con las barbaridades de las dictaduras del planeta. Nada que ver con el sueño de los fundadores de la Asamblea de Naciones: no es una organización para preservar la democracia en el mundo. Es, a estas alturas, una blanqueadora de dictaduras.

Finalmente, el 7 de octubre también ha matado el derecho a la opinión, con un relato público dominado por el progresismo más woke, que ha impuesto sus manías ideológicas a la confrontación de ideas, convirtiendo un conflicto complejo en una simple consigna cargada de mentiras. La cosa llega a la locura de ver cómo, mientras en las calles árabes aplaudían la muerte de Nasrallah —responsable de la muerte de miles de musulmanes—, en las calles de Occidente lo lloraban como si fuera un defensor de la libertad. Es el mundo al revés.

Acabo con desconsuelo y a la vez esperanza. El desconsuelo por las víctimas inocentes, de un bando y otro, sacudidas por un conflicto que se mueve por intereses que tienen poco que ver con la causa palestina, y todo con los intereses de Irán —y Rusia— en la región. Y esperanza porque algo se ha movido en la buena dirección y quizás, solo quizás, se divisa un cambio de paradigma en la región. Ojalá, este Rosh Hashaná que acaba de empezar y da la bienvenida al año 5785 del calendario judío, sea el alba de un tiempo nuevo que permita avanzar en los Acuerdos de Abraham, la semilla por un cambio definitivo en Oriente Medio.

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Ahora hace un año

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