“Quienes critican con todo su derecho a Israel, como a cualquier otro Estado: ¿aceptan o no el derecho de existencia de Israel? Si lo aceptan, deberían explicitarlo y a partir de ahí exigir mejorar la condición de los palestinos para que obtengan su propio Estado.”

Hay dos preceptos que nos deberían guiar en estos momentos de convulsión mundial y guerras en diversas latitudes.

El primero:

Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente.

Este concepto es más profundo que una estrofa de canción. Nos interpela a todos a tener sensibilidad por el dolor ajeno, a sufrir por los horrores de una guerra. De todas ellas, no de una en especial. Los civiles son siempre las víctimas preponderantes. Cuando los actores en conflicto entienden que la única solución es la matanza, se deshumanizan y no lo debemos aceptar.

Eso fue lo que provocaron los terroristas de Hamas el fatídico 7 de octubre de 2023 al realizar una masacre atroz y primitiva contra civiles israelíes y quien se encontrase en su camino. En la historia de acontecimientos, los oponentes plantean sus propias fechas relevantes. Pero la realidad también se impone, de lo contrario caeríamos en un relativismo estéril. La guerra de Hamas contra Israel la provocó Hamas en ese día trágico para Israel y, a la vez, para su propio pueblo. Lo sabían y no les importó. Consideraron a sus civiles “un daño colateral”. Escondidos en una ciudad subterránea provocaron una defensa del Estado de Israel que sería dolorosísima para sus propios hombres, mujeres y niños. La guerra no es un eufemismo, significa matar y destruir al enemigo. Lo sabían.

Judíos y árabes padecen ese efecto demoledor, y no se trata de un balance contable. Cada muerto, desplazado, herido y traumatizado es un ser humano caído en desgracia y nos debe angustiar por igual.

El segundo

En el capítulo El poder en la sociedad Red, Manuel Castells (2010, p. 40) explica e interpela: “Los discursos se entienden como combinaciones de conocimiento y lenguaje (…) las instituciones estatales, religiosas, universidades, élites intelectuales y hasta cierto punto los medios de comunicación [deberían] neutralizar su uso de la violencia”.

Enzo Traverso en su libro El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política, (2011, p. 73) señala: “Únicamente los regímenes totalitarios, en los que se reduce a los historiadores al rango de ideólogos o propagandistas, poseen una verdad oficial.” Y agrega respecto al conflicto árabe palestino-judío israelí: “Varios analistas subrayan los residuos de un nacionalismo con rasgos antisemitas que estaba latente en la virulencia del antisionismo, del antiimperialismo y del sentimiento anti estadounidense de la izquierda.” (Traverso, 2011, pp. 81-82).

Perspectivas de la actualidad

La guerra de Rusia contra Ucrania ya había comenzado a delinear nuevos mapas y centros de poder mundiales. La guerra de Hamas contra un Estado judío desprevenido, lo repotenció militarmente en su mayor escala. Hezbolá apoyado por Iran y los hutis del Yemen fueron agresores constantes adicionales, junto a otros grupos yihadistas. La propaganda palestina se reactivó, a su vez, con la fuerza de un misil diplomático cargado de odio antisraelí en todos los ámbitos. La fuerza de la opinión pública también moldea las relaciones internacionales.

Israel es el único país del mundo que recibe hace décadas decenas de miles de cohetes contra su territorio y población. La provocación sistemática en su contra ¿habría de dejarlo impasible ante tal intento de asesinato a granel? Estaba preparado con su cúpula de hierro y refugios antibombas en cada edificio, escuela, hospital, casa de familia, etc. etc. De no ser así, probablemente ya habría sido destruido ante los ojos apáticos del mundo. Antecedentes que los judíos ya padecimos hace apenas 80 años cuando los nazis pretendieron exterminarnos por el solo hecho de nacer judíos.

Los gazatíes, gobernados por Hamas, no cuentan con esa infraestructura y sufrieron daños terribles. Toda la situación es penosa y hiere a las personas humanistas, para quienes nos importa y conmueve tan solo el llanto de un niño indefenso, sin necesidad de que padezca tragedias peores. Los gazatíes lamentan desgracias mayores, y obviamente conmueven.

Esta guerra es la síntesis del drama de dos pueblos con mitologías milenarias propias y entrelazadas. Por utópico que pareciera ser, deben intentar por todos los medios de destrabarlas en un bien común y no transformarlas en un nudo gordiano.

Críticas aceptables y no aceptables.

El conflicto es centenario y sumamente complejo. Quienes critican con todo su derecho a Israel, como a cualquier otro Estado: ¿aceptan o no el derecho de existencia de Israel? Si lo aceptan, deberían explicitarlo y a partir de ahí exigir mejorar la condición de los palestinos para que obtengan su propio Estado. De lo contrario, cortan todo punto de encuentro que tienda puentes entre las partes. La propia sociedad israelí es muy crítica con su actual gobierno. Es una pena que no surjan también voces palestinas contra sus gobernantes que manipulan sus vidas como carne de cañón. Si los dirigentes entienden solo la lógica del conflicto, nada cambiará el resultado final. Que los intelectuales tomen partido y aleccionen sobre este lastimoso derrotero es tan correcto como necesario. Pero con criterio ecuánime. Los derechos humanos son para todos los humanos, no se pueden seleccionar colectivos en forma unilateral.

Los antisionistas desenfadadamente antisemitas no se exculpan ni lo pretenden. Los antisionistas ultraderechistas y fascistas nostálgicos del nazismo, solo lamentan que “Hitler no acabó con su trabajo”. Los antisionistas irracionales, ignorantes o desinteresados de cualquier antecedente histórico ofician de caja de resonancia de la propaganda palestina apegados a un antisemitismo rampante. Son sus propulsores entusiastas en prensa y redes sociales. No es aceptable que ciertas fracciones de la izquierda dejen de lado su progresismo para alinearse ciegamente al terrorismo islámico. Ni el movimiento feminista, ni LGBT, ni los defensores de los Derechos Humanos podrían racionalmente alinearse a los regímenes teocráticos islámicos que condenan y castigan con la muerte a dichos preceptos.

Tampoco son aceptables las voces israelíes que menosprecian a los palestinos. Esas dicotomías entre buenos y malos son reduccionistas e inútiles, conducen a catástrofes y sufrimientos enormes. Estigmatizar al “otro” con desprecio visceral solo genera el drama común de ambos pueblos.

Reflexiones finales

Judíos israelíes liberales y pacifistas participan en movilizaciones conjuntas con ciudadanos árabes israelíes. Bregan por legítimos Derechos Humanos colectivos como causa local y mundial, pero no contra el derecho a la existencia del Estado de Israel. No subestimemos el peligro del antisionismo expresado como reflejo automático de imágenes o consignas peyorativas incendiarias. Inferiría arrasar con el Estado de Israel, basta deducirlo al ver el mapa de Israel sustituido por una “Palestina Entera”.

Dada la enorme complejidad y tensiones del conflicto – la actualidad siria lo enrarece aún más-, hay que evitar su banalización. Es relevante el rol del intelectual como neutralizador y no catalizador de extremismos. Desarticulemos los estereotipos. Propugnemos la construcción de una conciencia histórica conjunta y responsable de árabes, palestinos, judíos e israelíes, para arribar a un uso público de la historia opuesto a historias “oficiales” y dicotómicas, aunque los resultados no sean inmediatos. El emprendimiento es largo, pero imprescindible.

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Academia e intelectuales: ante el Medio Oriente tan incierto moderemos los discursos.

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