Auschwitz nos dejó un problema. Seguramente, el mayor al que nos tengamos que enfrentar la Humanidad. Y no sólo eso: de esa gran masa oscura quedaron colgando otros muchos problemas, menores en comparación pero igualmente abismales. Uno de ellos fue el de nombrar lo innombrable. Lo que desafía todos los límites de la maldad. En un mensaje de radio en la BBC de agosto de 1941, Winston Churchill afirmó que los nazis estaban cometiendo «un crimen sin nombre». Raphael Lemkin (Vawkavysk, Bielorrusia, 1900- Nueva York, 1959) lo conocía bien. Como judío polaco, vivió una infancia y juventud con la permanente amenaza del pogromo. Tanto sus progenitores como otros 47 familiares fueron asesinados en el Holocausto. Lemkin se refugió en Estados Unidos después de un viaje por Lituania, Suecia y Japón. Lejos del horror se puso un objetivo: ponerle nombre a ese mismo horror. Y encontró una palabra, de las pocas que usamos que tienen, por así decirlo, padre y certificado de nacimiento: genocidio.
Fuente: http://www.cciu.org.uy/