Con horror vivimos el pogromo del 7 de noviembre último en las calles de Ámsterdam tras el partido de futbol entre los clubes Ajax y Macabi Tel Aviv, riada de odio medieval en la que centenas de ciudadanos israelíes fueron linchados en las calles de la ciudad por el simple hecho de ser judíos, un acto antisemita que debe ser enfrentado con valentía, seriedad, responsabilidad y firmeza por las autoridades competentes en la materia.
En este particular y en una actitud responsable, el Rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos y el primer ministro neerlandés Dick Schoof expresaron de inmediato sus excusas y pesar por lo vivido en su país, prometiendo este último que se procederá de inmediato con las investigaciones que conlleven a sanciones ejemplares a los perpetradores de los actos vandálicos, principalmente, inmigrantes procedentes del Medio Oriente que con cuchillos en mano salieron a cazar israelíes y judíos en Ámsterdam.
El pogromo en referencia no ha sido un hecho aislado, menos resultado de generación espontánea. Con el mismo horror, vimos la noche del miércoles 6 de noviembre una tela gigante desplegada en una tribuna del estadio Parque de los Príncipes en París durante al partido jugado entre los clubes PSG y Atlético de Madrid, en donde se llamaba abierta e inequívocamente a la desaparición del Estado de Israel con el dibujo de un yihadista cubierta con el pañuelo característico del terrorismo palestino enarbolando un cuchillo ensangrentado.
Le cercanía de la conmemoración de la Noche de los Cristales, el pogromo nazi del 9 de noviembre de 1938, trae a nuestra memoria lo vivido en Europa entre 1939 a 1945 durante el Holocausto y el triste destino que sus ciudadanos judíos tuvieron ante la mayoritaria indiferencia continental, tanto así que, el ya mencionado Rey Guillermo, en una confesión tras la vergüenza vivida, dijo que “les fallamos a los judíos en la Segunda Guerra Mundial y anoche hemos vuelto a fallar”.
Valientes palabras las del soberano neerlandés ante lo que se vive en Europa especialmente desde que las calles del continente fueron secuestradas por fanáticos islamistas herederos de las consignas y acciones nazis, todos ellos, apoyados por políticos inescrupulosos como la ministra de trabajo y vicepresidenta segunda del gobierno español, Yolanda Díaz, que no tuvo reparo alguno en repetir la frase “Palestina será libre desde el río hasta el mar”, un slogan que clama por la desaparición del Estado de Israel con el consecuente genocidio de sus diez millones de habitantes.
De poco valieron las explicaciones que intentó dar la funcionaria tras haber quedado su antisemitismo expuesto frente a los micrófonos y las cámaras junto con la actitud cómplice de su patrón y primer ministro Pedro Sánchez que no solo la ratificó en el cargo, sino que ha salido a exigir un embargo de armas a Israel en momentos en que la única democracia del Medio Oriente está luchando en una guerra de siete frentes paralelos por su sobrevivencia, una conflagración, por cierto, fraguada en Irán, principal patrocinador del terrorismo internacional.
A Díaz y Sánchez, sumamos a Jeremy Corbyn del Reino Unido, al noruego Jonas Gahr Støre, heredero de Vidkun Quisling, al irlandés Simon Harris, sucesor de De Valera, aquel que en abril de 1945 expresó su pesar por la muerte de Adolfo Hitler, el genocida de millones de seres humanos, y la lista es, mientras más larga, aun más dolorosa.
La alianza de la izquierda con el fundamentalismo islámico es una realidad que se vive en occidente y Europa ha optado por el suicidio sembrando la semilla que al germinar terminará engulléndola. El pogromo de Ámsterdam es tan solo la punta del iceberg, un nuevo aviso, de los muchos ya habidos, sobre el destino que le depara a quienes optan por ver hacia un lado cuando las víctimas son judíos e ignoran que, llegado el momento, las cimitarras podrían terminar siendo desenvainadas en contra de ellos mismos.
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