Por Alejo Schapire, en X
“Para Israel, ganar la guerra es decapitar a los cabecillas de Hamás, escondidos entre civiles, para impedir que se repita el 7 de octubre. Para Hamás, se trata de esperar que las imágenes del número de “mártires” de su estrategia siga sumando la simpatía de los occidentales, empezando con la izquierda antioccidental.”
El 7 de octubre, Hamás sacó la palabra pogromo de los libros de historia y la puso en las noticias. El proxy de Irán ejecutó un plan minucioso de secuestro, mutilación, violación de civiles, concentrándose en jóvenes pacifistas que bailaban, esa parte de la población israelí con quienes los palestinos tienen más chances de firmar una paz.
El momento elegido a la necesidad de hacer volar por los aires la inminente de la firma de un plan de paz regional incluyendo a Arabia Saudita, rival regional de Irán.
La apuesta de Hamás era la siguiente: llevar a cabo una barbarie tal magnitud que un Estado sólo pudiese reaccionar de una manera: ir a buscar a sus secuestrados y eliminar a los cabecillas de la operación. Esto destruiría cualquier intento de normalización de las relaciones entre el Estado hebreo y sus vecinos árabes.
Escudándose entre civiles, usando la infraestructura de la agencia de la ONU para los refugiados UNRWA y la complicidad activa de sus miembros, el grupo terrorista hace extremadamente difícil discriminar a combatientes del resto de la población. El cínico cálculo de Hamás es terriblemente simple: cada víctima civil palestina se convertiría en “mártir”, en un argumento más para retratar a Israel como un Estado criminal.
Los dirigentes del movimiento islamista se esconden en sofisticados túneles valuados en millones de dólares mientras dejan a la intemperie a su propia población. En cambio, el impacto para la población israelí es invisible: Israel privilegia la protección de su población: el Iron Dome y los refugios impiden que Hamás mate todo lo que le gustaría, pero el precio es una población trastornada esquivando cohetes.
¿Qué opción dejaban a Israel cuando repite que, de poder, repetirían cada día el 7 de octubre? La población de Gaza denuncia la falta de víveres y combustible, mientras los cohetes de Hamás, que no funcionan con energía solar, no han cesado de volar en ningún momento. Mientras, Hamás administra y vende la ayuda humanitaria a través de un régimen de terror.
Para Israel, ganar la guerra es decapitar a los cabecillas de Hamás, escondidos entre civiles, para impedir que se repita el 7 de octubre. Para Hamás, se trata de esperar que las imágenes del número de “mártires” de su estrategia siga sumando la simpatía de los occidentales, empezando con la izquierda antioccidental. El progresismo quiere ver a los judíos como la punta de lanza de un imaginario supremacismo blanco en Oriente. En realidad, es el territorio autóctono de los judíos del tamaño de Tucumán en medio de un océano de repúblicas islámicas donde todas las minorías religiosas y sexuales viven un infierno, el verdadero apartheid del que acusan a Israel, donde el 20% de la población es árabe.
La estrategia de Hamás ha sido recompensada. Todas las dictaduras tercermundistas aliadas a la izquierda campeona del autoodio en Occidente han convertido en política interior la deslegitimación del Estado de Israel y han habilitado un antisemitismo en las calles de Europa que no se registraba desde la Segunda Guerra Mundial. Gracias a gobiernos progres y los campus más elitistas de Europa y EEUU, Hamás ha conseguido la mejor campaña de relaciones públicas de la historia sin siquiera haberse acercado a un micrófono.
La ofensiva israelí contra Rafah de las últimas horas ha dejado decenas de muertos (las cifras son de Hamás, que las maneja a su antojo). Israel ha asumido el ataque y dice examinar qué pasó con los civiles, al tiempo que reivindica la eliminación de dos jerarcas del grupo terrorista. La muerte de civiles, y sobre todo de niños, es atroz. Las circunstancias de lo que pasó deben esclarecerse y establecerse responsabilidades. Pero no hay que perder de vista que horas antes desde Rafah Hamás lanzó cohetes a Tel Aviv. Ningún Estado se habría quedado de brazos cruzados. Israel no gana nada con el espectáculo de la muerte de palestinos, Hamás sí, y es su estrategia desde el primer minuto.
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