Ynet Español- por Marvin Hier y Abraham Cooper (adaptado por Tom Wichter)

A 80 años de la conferencia de Wannsee, paso decisivo para la implementación de la Solución Final, el gobierno de Alemania debería invitar al negacionismo iraní a visitar los campos de concentración. Fuente foto: AP.

Ayer el mundo se detuvo al consagrarse un nuevo aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz y conmemoró el Día Internacional del Recuerdo del Holocausto. Pero la semana pasada hubo otro aniversario que tampoco debe olvidarse: el 20 de enero se cumplieron 80 años de la Conferencia de Wannsee, en la que 15 importantes funcionarios de la SS se sentaron en una mesa en un suburbio de Berlín. En 90 minutos, bebidas mediante, votaron de manera unánime asesinar en masa a todos los judíos de Europa.

Se suele repetir que durante la década del 30 el líder nazi Adolf Hitler cautivó a millones de alemanes con su promesa de convertir a Alemania en una potencia inigualable. Pero el führer, por más poderoso que fuera, no podía cumplir solo su visión genocida de un Judenfrei, una Europa libre de judíos. Para eso convocó a una reunión secreta a orillas del hermoso lago Wannsee, en las afueras de Berlín, el 20 de enero de 1942.

Reinhard Heydrich, subjefe de las SS y jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich, creía necesario implementar mejores métodos de aniquilamiento e invitó a los secretarios de estado de los ministerios más importantes de Alemania para coordinar su participación en la aplicación de la “Solución Final” al “problema judío”. Quienes participaron de la Conferencia de Wannsee no eran matones ordinarios. La mayoría había asistido a las escuelas y universidades más respetadas de Alemania. Ocho de los 15 tenían títulos de doctorados.

Heydrich convocó a la reunión para perpetrar el genocidio de manera rápida y eficiente, y esparaba la oposición de algunos de los asistentes. Pero según contó el jerarca nazi Adolf Eichmann, Heydrich se encontró con un “inesperado clima de acuerdo”. En lugar de plantear preocupaciones o una abierta oposición, los ocho doctores en derecho y filosofía presentes expresaron entusiasmo por ser incluidos en el plan. “Estos caballeros se sentaron y no anduvieron con rodeos… Hablaron sobre métodos para matar judíos”, declaró Eichmann muchos años después en Jerusalem, durante el juicio en su contra.

La Conferencia de Wannsee fue la sentencia de muerte de los judíos europeos. Y para la historia fue la prueba de que la Shoá pudo haber sido la visión de un hombre, pero fue adoptada y ejecutada por un gobierno y muchos que compartieron el deseo de Hitler. El resumen del encuentro, el Protocolo de Wannsee, es el único documento histórico que revela al genocidio como política oficial. Llevó menos de 90 minutos idear aquel plan para acabar con toda la población judía de Europa.

Ocho décadas después deberíamos reflexionar sobre el Protocolo de Wannsee. Nunca más debemos confundir a la educación avanzada con la moralidad. Muchos de los más educados de Alemania siguieron entusiasmados a Hitler. Hoy en día también hay muchas personas educadas y preparadas para forjar estrategias que legitiman delitos en nombre de un bien mayor.

Heydrich convocó a la reunión para perpetrar el genocidio de manera rápida y eficiente, y esparaba la oposición de algunos de los asistentes. Pero según contó el jerarca nazi Adolf Eichmann, Heydrich se encontró con un “inesperado clima de acuerdo”.

Alemania siempre tendrá compromisos especiales vinculados a Wannsee. Ante todo, nunca debe provocar daño a los judíos. En palabras y hechos, Alemania en 2022 debe guiarse por la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA).

La Alemania de hoy debe tomar todas las medidas necesarias para responsabilizar a todos los perpetradores y proveedores de antisemitismo del país. Y debe tomar la iniciativa pública contra toda negación y distorsión del Holocausto, en las redes sociales y en los pasillos del poder y la diplomacia.

Ese compromiso es especialmente indispensable cuando se trata de la continua búsqueda de réditos económicos de Alemania en Irán. Esta ambición es lo único que explica el silencio de Berlín cuando el líder supremo de Irán, el ayatola Ali Khamenei, aplastan los derechos humanos y adoptan la negación del Holocausto como política de Estado. A su vez, los principales líderes iraníes amenazan con destruir a Israel, hogar de más de 6 millones de judíos. El presidente alemán podría enfrentar la negación de la Shoá invitando al ayatola y al nuevo presidente iraní a visitar Wannsee y campos de concentración como Dachau, Buchenwald o Sachsenhausen.

Los judíos, y creemos que millones de alemanes también, aprendimos que las palabras tienen consecuencias. Solo podemos rezar para que el nuevo liderazgo de Alemania, junto con Estados Unidos, Reino Unido y Francia, se detengan a pensar en el Protocolo de Wannsee. Esto podría salvar a la humanidad de la próxima catástrofe “impensada”.

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Mientras el mundo recuerda el Holocausto, la visión de Hitler sigue viva

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