“Hoy, a pesar de la distancia histórica entre nuestra época y ese periodo del nazismo, el odio al judío se está extendiendo por toda Europa y, al igual que en la década de los años treinta y los cuarenta, se está pasando de la teoría a la acción, como ocurrió en la Noche de los Cristales Rotos y tal como ha quedado probado en los recientes sucesos de Amsterdam, que podrían haber degenerado en una nueva matanza de judíos.”
Cada día, y en todas partes, se banaliza más el Holocausto y sale gratis hacerlo. Pero, cuando han pasado casi ochenta años desde que descubriéramos atónitos el horror que significó para millones de hombres y mujeres su paso, cuando no exterminio, por los campos de la muerte, conviene que reflexionemos por ese avatar que no es un mero “detalle de la historia”, como decía ese apologista del nazismo que era Jean Marie Le Pen, sino el hecho más trágico y terrible de la historia de Europa.
Hace unas semanas, en una entrevista al diario El País de Madrid, el filósofo Reyes Mate aseguraba vehemente como solamente puede ser él, que “Auschwitz puede repetirse”. Esta aseveración, procediendo de uno de los grandes filósofos españoles y con la autoridad moral y ética que tiene Mate, hay que tomarla muy en serio y conviene tenerla a mano para explicar muchas cosas que están sucediendo en Europa y en el mundo.
El reciente ataque de miles de personas, pero sobre todo árabes, a centenares de hinchas judíos del club de futbol Macabi en las calles de Amsterdam, en una suerte de nuevo pogromo, nos hace reflexionar sobre el verdadero sentido y alcance que tiene el auge y extensión del antisemitismo en nuestras sociedades. Incubado por los medios de izquierda y por algunos líderes de opinión, el odio al judío en nuestros países tiene mucho que ver con la animadversión al Estado de Israel; el antisionismo es el antisemitismo del siglo XXI.
Existe una suerte de hilo conductor entre la extrema izquierda radical y el islamismo fundamentalista en Europa que cultiva y anima este discurso del odio al judío y que se expresa violentamente en nuestras universidades, calles, medios y protestas contra Israel. La cacería de Amsterdam, pues no merece otro nombre, encontró en la sociedad holandesa el caldo de cultivo para que se produjeran estos deplorables hechos. Meses intensos de campaña atizada desde los medios y la misma izquierda, pero sobre todo a raíz del ataque del 7 de octubre de 2023, causaron su efecto y provocaron estos hechos que, por cierto, fueron observados con una pasividad pasmosa por miles de personas que no movieron un dedo por ayudar a los judíos agredidos. Igual que cuando se enviaban a los judíos holandeses a los campos de la muerte en los años cuarenta. Luego, cuando ya habían sido agredidos los judíos, la policía actuó. Qué vergüenza.
Esos hechos, en sí mismos, explican muchas cosas, y nos retrotraen a periodos de un oscuro pasado que pensábamos superado, pero no ha sido así, claro está. Cuando descubrimos la abyecta brutalidad de lo que había ocurrido en los campos de exterminio, donde murieron millones de personas, dijimos nunca más y esa expresión se convirtió en nuestra brújula moral y ética por muchos años. Pero ahora descubrimos con horror que esos mismos pensamientos funestos conviven con nosotros, conviven con nuestros vecinos, y solamente habían dormitado bajo nuestras buenas intenciones durante años sin darnos cuenta que el espíritu tribal que incuba esta cultura del odio no había perecido.
Por todo ello, y apelando a ese llamado de Primo Levi que se hacía esta pregunta plantada para la posterioridad en uno de sus libros: “Si nosotros callamos, ¿quién hablará?”, debemos reflexionar. Nadie, si nosotros no somos capaces de pasar el testigo del verdadero significado de lo que significó el Holocausto para los judíos de todo el continente, salgo algunas excepciones en varias naciones, nadie más lo hará y el mismo pasará a ser, como llegó a asegurar el líder ultra francés Jean Marie Le Pen, un mero “detalle de la historia” sin importancia ni profundidad.
EL HOLOCAUSTO, OBRA DE GENTES NORMALES Y CORRIENTES
Nunca debemos olvidar que el Holocausto se pudo perpetrar porque se creó un caldo de cultivo previo para atizar el fuego del odio y comenzar las grandes matanzas. La población alemana fue educada en ese discurso desde la llegada al poder de Adolf Hitler, en 1933, y todo el aparato de propaganda, dirigido por el inefable Joseph Goebbels, se puso al servicio del régimen para difundir las ideas antisemitas y criminales que ya Hitler había expuesto en su famoso Mein Kampf (Mi lucha). El plan de exterminar a los judíos no era nada nuevo ni oculto, sino que Hitler, y otros jerarcas del régimen nacionalsocialista, ya habían expresado públicamente su intención de exterminar a todos los hebreos del continente.
En este clima de amenazas, indefensión jurídica, soledad y abierta persecución, los judíos fueron señalados por el dedo acusador del nazismo de ser los responsables de todos los males de la sociedad alemana, incluyendo la derrota en la Primera Guerra Mundial por haber actuado como una suerte de quinta columna que había perpetrado la “puñalada por la espalda” al pueblo alemán. El Holocausto, al contrario de lo que piensan algunos, no fue ejecutado solamente por los nazis, sino que en la mayoría de los casos sus perpetradores eran gente normal y corriente y buenos ciudadanos hasta entonces. Atizados por el aparato de propaganda, miles de alemanes corrientes se aprestaron durante las jornadas de la Noche de los Cristales Rotos a saquear y destruir comercios judíos, a quemar sinagogas y bienes de los mismos y a atacar despiadadamente a los que hasta entonces habían sido sus indefensos vecinos. La policía alemana de la época, ya como parte del engranaje asesino del nazismo, miró para otro lado y dejó que la turba ciudadana cometiera todo tipo de tropelías, desmanes y crímenes contra los judíos.
Así las cosas, el régimen nazi quedaba legitimado para seguir actuando contra los judíos porque la sociedad ya era cómplice de su obra criminal. Las líneas rojas ya habían sido traspasadas y los jerarcas nazis asistían encantados al dantesco espectáculo, al comprobar satisfechos como la sociedad alemana había caído en la manida propaganda y colaboraba abiertamente en la obra para destruir a la “judería europea!”, tal como había amenazado y vaticinado el mismísimo Hitler.
Hoy, a pesar de la distancia histórica entre nuestra época y ese periodo del nazismo, el odio al judío se está extendiendo por toda Europa y, al igual que en la década de los años treinta y los cuarenta, se está pasando de la teoría a la acción, como ocurrió en la Noche de los Cristales Rotos y tal como ha quedado probado en los recientes sucesos de Amsterdam, que podrían haber degenerado en una nueva matanza de judíos. Los hinchas del Macabi, aterrorizados, escondidos y huyendo de los jóvenes musulmanes que no hubieran dudado en matarlos si hubieran podido hacerlo, son la metáfora viva de una época que se presiente como turbulenta, incierta y plagada de trampas y peligros. La verdad es que el panorama, si uno examina las imágenes y vídeos de esa horda fanática lanzada a la cacería de judíos inocentes, es absolutamente desoladora y pareciera que no hubiéramos aprendido nada de las enseñanzas de la historia. Si no ponemos de nuevo la atención y el enfoque en la pedagogía del Holocausto, y el significado innegable que representa el mismo como la mayor tragedia europea del siglo XX, estaremos abocados a caer en los mismos errores históricos. Pero mientras hago estas apelaciones, quizá necesarias pero inútiles, nuestros dirigentes de la izquierda europea, conchabados con el radicalismo islámico más fanatizado, recurren a la banalización del Holocausto para tapar los huecos de su propia ignorancia y el desconocimiento supino. Estamos jodidos, amigos. ¿Qué hacer?
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