Los recientes ataques antisemitas en Ámsterdam, donde grupos extremistas atacaron brutalmente a personas simplemente por ser judías luego de un partido de fútbol, constituyen una bandera roja que no podemos ignorar. Crédito foto: Reuters/Esther Verkaik
A la salida de un partido de fútbol donde jugaba Maccabi Tel-Aviv, un grupo de árabes esperó a los hinchas, los persiguieron, los atropellaron con vehículos, los golpearon hasta dejarlos inconscientes, los obligaron a saltar al río y los humillaron, en lo que fue una verdadera cacería de judíos en pleno siglo XXI.
Estos actos atroces nos transportan a las horrorosas escenas de los pogromos de principios de Siglo en la Rusia Zarista y en la Alemania Nazi, como la fatídica Noche de los Cristales Rotos, o Kristallnacht, cuando precisamente en noviembre de 1938 la barbarie irracional estalló sin misericordia, destruyendo hogares, negocios y vidas, mientras que muchos miraban hacia otro lado. Ese silencio cómplice permitió que la brutalidad se propagara sin freno, marcando uno de los episodios más oscuros de la historia humana.
Recordar estos episodios históricos no sólo es un ejercicio de memoria; es una advertencia viva y urgente. Las atrocidades de aquella época no comenzaron con grandes acciones, sino con palabras, miradas y pequeños actos de odio que se toleraron y normalizaron. Poco a poco, esa permisividad se transformó en un verdadero infierno para millones de personas. Así, los pogromos de esos tiempos no fueron accidentes, sino el clímax de años de antisemitismo sin control. Lo que empezó como retórica de odio se transformó rápidamente en un ciclo imparable de violencia, agresión y destrucción, dejando en ruinas a comunidades enteras y aniquilando millares de vidas.
Hoy, a pesar de los avances sociales y culturales, nos enfrentamos a una amenaza similar. El antisemitismo, lejos de ser un problema del pasado, se ha vuelto a manifestar en nuestras calles, en las redes sociales y en nuestras instituciones, muchas veces camuflado bajo otros discursos o palabras, pero igual de letales. Es un veneno que no distingue fronteras, ni clases sociales, ni niveles educativos. En Ámsterdam, en el corazón de una Europa moderna y democrática, hemos presenciado cómo el odio ancestral se ha atrevido a salir a la luz nuevamente, dejando a seres humanos destrozados y a comunidades enteras en estado de alarma.
Estos actos no son incidentes aislados, sino parte de una preocupante tendencia mundial donde la intolerancia está ganando terreno, alimentada por una campaña orquestada de desinformación, validación de prejuicios y polarización política. Los prejuicios y las falsas acusaciones, han sido el origen de las mayores matanzas de judíos y de distintos grupos a lo largo de la historia.
Cada ataque, cada insulto, cada mirada de desprecio hacia una persona por su origen o su religión es un paso más hacia la deshumanización de nuestro entorno, y por eso, cada uno debe asumir la fundamental responsabilidad que tiene por lo que escucha, cree, dice o escribe. No podemos permitir que estos ataques se trivialicen, ni que el odio y la violencia se normalice en nuestras sociedades. Callar ante estas atrocidades es abrir la puerta a un ciclo de odio que ya hemos vivido y que prometimos no repetir.
En este contexto, es imperativo que las autoridades de los Países Bajos y la comunidad internacional actúen con la máxima firmeza. Estos hechos deben investigarse y sancionarse de manera ejemplar, no sólo para hacer justicia a las víctimas y sus familias, sino también para enviar un mensaje claro: el antisemitismo no será tolerado. La historia nos ha enseñado que cuando permitimos que la maldad quede sin respuesta, el costo para la humanidad es incalculable.
Debemos recordar que la responsabilidad de construir una sociedad contenedora recae en cada uno de nosotros. Debemos ser activos en la promoción de la tolerancia, la educación y el respeto mutuo. Desde nuestras instituciones, nuestros hogares y nuestras comunidades, es urgente fomentar el diálogo y la comprensión, enseñar a las nuevas generaciones el valor de la diversidad y el respeto por el otro.
El antisemitismo no es sólo un problema de los judíos; es un problema de la humanidad pues es la manifestación de una sociedad intolerante que hoy ataca a un grupo, pero mañana será a otro. Permitir que esta ideología nefasta eche raíces en nuestras sociedades, es traicionar el progreso y el sacrificio de aquellos que en el pasado, lucharon y murieron por un mundo libre de odio. Que nunca más signifique nunca más, y que esa promesa no se quede en palabras vacías, sino en acciones concretas.
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