El Medio- por Marcelo Wio
Que el informe de Amnistía Internacional es un despropósito con una clara finalidad es un hecho que ha sido ya demostrado contundentemente. No es un informe, pues no se trata de “una descripción de las características y circunstancias de un suceso o asunto”, sino una falsificación de la realidad.
La víctima del mentado libelo no es la única víctima: se hará patente, quizás en un futuro no tan lejano, que la credibilidad de aquellas organizaciones que sí trabajan por los derechos humanos quedará seriamente dañada. El momento en que se publicó –antecedido de otros dos, firmados por organizaciones igualmente posicionadas ideológicamente (en el sentido corrompido de esta expresión)– precede sospechosamente al informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, esa contradicción plagada de regímenes totalitarios, algunos de los cuales se encuentran entre los más grandes violadores de los derechos humanos que, dicen, custodian.
Quizás una de las consecuencias que más se ha pasado por alto es el papel de justificación ad hoc y a priori que el referido documento podrá desempeñar, de cara al público occidental, respecto de la violencia palestina contra Israel. Las excusas de grupos terroristas como Hamás, Yihad Islámica Palestina, Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) o la Brigada de los Mártires de Al Aqsa –a menudo descrita como el “brazo armado” de la “moderada” Fatah dirigida por Mahmud Abás– tenían una jurisdicción limitada: entre su población, en la región; pero poco más.
Ayer, 2 de febrero de 2022, el FPLP publicaba un tuit en el que llamaba a construir sobre el informe de marras, que básicamente niega el derecho de Israel a existir como tal, para “terminar con la presencia [de Israel] en la totalidad de nuestra tierra árabe palestina”.
Un informe que, parafraseando a Humberto Eco (Apocalípticos e integrados), estaba presentado en función del efecto que debía producir –es decir, una ofuscación del lector que permitiera una posible justificación de la violencia como método insalvable– no podía tener otra consecuencia que esta tan inmediata. Después de todo, el día anterior, el de la publicación del largo panfleto propagandístico, varios de esos grupos terroristas lo habían saludado con entusiasmo.
B’Tselem primero, luego Human Rights Watch y ahora Amnistía Internacional han ido presentando las bochornosas negaciones de sus supuestas misiones como siguiendo una coreografía propagandística bien sincronizada: uno tras otro conduciendo al que evacuará el infame Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Pero no hacía falta ni guardar las formas ni disimular la patente coincidencia en el tiempo ni en los vicios; la mayoría de medios de comunicación no se iba a molestar en notarla, como tampoco iba a realizar ni la más mínima verificación de las afirmaciones realizadas, sus fuentes, su metodología. Contaban con ello porque conocen cómo trabajan. Porque saben que muchos de quienes dicen informar sobre el conflicto no son más que meros activistas pobremente disfrazados de periodistas.
Reducido Israel a una suerte de truculento fetiche –que despierta odio y, a la vez, excita a activistas y antisemitas– indiferenciado que, se afirma, no sólo es un “opresor” magnificado, sin igual, sino que su régimen es más apartheid que el apartheid (que, así, no era tal, sino, parece, un desliz, un sutil exceso político), el único Estado judío es, se les dice a las audiencias occidentales, el mal sin matices; puro como ni en un laboratorio es capaz de lograrse.
Lo que se está diciendo, en realidad, es la solución.
Por eso los grupos terroristas palestinos que fantasean con la eliminación de Israel, con el apoyo o el silencio absoluto de Occidente, aplaudieron este informe. Porque no es un informe. Es mucho más.
El FPLP, como se indicara más arriba, llegó incluso a explicitar lo que es al llamar a construir sobre el mismo con el fin de “terminar con la presencia [de Israel] en la totalidad de [la] tierra árabe palestina”. Objetivo coincidente con el de la OLP (de la cual Fatah es miembro mayoritario) –ni hablar ya de Hamás–, que en su carta fundacional establece –en sus artículos 1 y 2–:
– Palestina es la patria del pueblo árabe palestino; es una parte indivisible de la patria árabe, y el pueblo palestino es una parte integral de la nación árabe.
– Palestina, con las fronteras que tenía durante el mandato británico, es una unidad territorial indivisible.
Por lo que hace a Fatah, su Constitución dice, por ejemplo, que «la existencia israelí en Palestina es una invasión sionista” (art.8) y que la organización tiene por objetivo la “completa liberación de Palestina y la erradicación de la existencia económica, política, militar y cultural sionista” (art. 12).
No es un informe. Como tampoco es una casualidad que organizaciones obsesionadas con el Estado judío publiquen supuestos informes en el mismo sentido uno tras otro, como si se tratara de un libelo por entregas.
No, no es un informe. Aunque un buen número de medios de comunicación quisiera que lo fuera, y obra en consecuencia a través de sus pobrísimas coberturas, que no hacen sino negar aquello que dicen defender: el periodismo, la información.
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